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Asimilar las cualidades de los demás como hicieron los imperios del pasado

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Los imperios exitosos son los que saben asimilar lo mejor de las civilizaciones que subyugan

Los romanos construyeron una civilización de ingeniosos soldados o ingenieros y soldados que absorbieron los conocimientos recogidos aquí y allá mientras conquistaban. Fueron capaces de integrar el urbanismo, la organización social, los ritos furnarísticos etruscos (y tantas otras cosas, en francés: https://fr.wikipedia.org/wiki/Apports_des_%C3%89trusques_aux_Romains), el panteón y la filosofía griega, y de forma más anecdótica tomaron, por ejemplo, la paragnátide gala (elemento utilizado para proteger las mejillas, o incluso parte del cuello, en ciertos tipos de cascos) y la espada ibérica para convertirlos en elementos esenciales del equipamiento del legionario. Los árabes hicieron lo mismo, convirtiendo la poesía y la arquitectura persas en elementos característicos de su civilización en la época medieval. Asimismo, incorporaron las matemáticas indias (el cero es un descubrimiento indio) y griegas (cuyos textos estaban disponibles en la biblioteca de Bagdad) para utilizarlas en su propio beneficio. En sí mismos, a través de las armas y el comercio, los imperios se construyeron y mejoraron gracias a una cierta plasticidad, permitiendo que la innovación arraigara y floreciera en ellos. La decadencia de los imperios suele estar vinculada a la rigidización de sus elementos constitutivos, lo que hace imposible su creación, así como al abandono de los principios elementales que habían sido las razones de su dominación inicial (por ejemplo, el ejército romano convertido en un ejército de mercenarios cuando una de las razones de su éxito original era el reclutamiento de ciudadanos).

¿Podemos sacar alguna lección personal de esto?

Sin duda alguna. Cuando observamos a las personas que nos rodean, siempre podemos admirar uno o varios rasgos que pueden inspirar el deseo de emular. Esta admiración es noble porque es una marca de nuestra humildad, apertura y disposición al progreso. También es un testimonio de nuestra capacidad para ver la belleza que nos rodea. Este encaprichamiento con la belleza que yace latente o que brilla, plantea preguntas sobre nuestra propia belleza. Al ver las cualidades de los demás, somos capaces de cuestionar nuestros propios méritos y esto nos permite entrar en una dinámica destinada a salvar la brecha que separa las cualidades de los demás de las nuestras. Sin una mirada observadora y una propensión al cambio, corremos el riesgo de declinar como todos los imperios que han fracasado en esta tarea.

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