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¿La identidad nos aleja de nosotros mismos?

La identidad es algo reconfortante. Nos da la certeza de quiénes somos, al tiempo que nos permite acceder a un grupo que comparte nuestros valores. Pero, ¿es siempre buena o nos aleja de nuestra verdadera naturaleza?

La naturaleza aborrece el vacío

Para avanzar, necesitamos una dirección y no importa si es la equivocada. Se podría resumir la identidad con esta frase. Todos necesitamos pretender saber quiénes somos para descubrir quiénes somos en realidad. Si no buscas proactivamente quién eres creándote una identidad, el mundo te echará en cara la identidad que quiere que tengas: la naturaleza aborrece el vacío.

El ser humano necesita la identidad como una planta necesita un tutor.

La identidad es importante porque nos ayuda a apoyar nuestras acciones en una dirección. Si has conseguido crearte una identidad de persona sana, tenderás a actuar de forma sana y solidaria, por ejemplo. Así que una buena identidad te pone en el buen camino, es decir, te ayuda a reforzar las acciones positivas, como la estaca ayuda a la planta a crecer de la manera correcta. Ésta es una primera forma de ver la identidad.

El alumno y el profesor

Hay otra forma de verlo, y es complementaria de la anterior. La identidad actúa un poco como un maestro de artes marciales, tira de ti hacia arriba. Luego, cuando has conseguido expresar todo el potencial de este arte marcial (al haber adquirido un cinturón negro con varios dan, por ejemplo), te corresponde superar esta identidad. El alumno debe superar al maestro. Debe asimilar una identidad para poder superarla y formar una nueva. Esta metáfora es especialmente cierta en la pintura. Los precursores de todos los estilos pictóricos tuvieron que asimilar los fundamentos de la pintura, incluido el intento de reproducir la obra de los maestros del pasado. Sólo cuando hubieron asimilado el legado de los antiguos pudieron inventar su propio arte. El mundo de la investigación científica también funciona así: “todos somos enanos a hombros de gigantes” – Bernard de Chartres.

Estar orgulloso de lo que no se ha elegido

El 80% de la identidad que reivindicamos no la elegimos. Es un reflejo de nuestra genética, nuestro entorno y nuestros condicionamientos familiares. Por tanto, es difícil reivindicar algo que no es el resultado de una elección consciente o simplemente el resultado del trabajo. Los supremacistas de todos los orígenes no son conscientes de haber hecho nada especial para pertenecer al grupo étnico al que dicen pertenecer. Las personas religiosas más celosas suelen haber sido adoctrinadas ellas mismas desde una edad temprana, cuando el libre albedrío no está bien desarrollado y, sobre todo, cuando la voluntad de oponerse a los padres es difícil porque está ligada a la supervivencia. Gran parte de lo que somos es contingente, por lo que es inútil pretender la superioridad.

La búsqueda de uno mismo

Dicho esto, hay una búsqueda que no termina nunca, por así decirlo. Quién eres cambia con el tiempo, y cómo te defines. Los países funcionan de la misma manera: su identidad evoluciona con el tiempo, la historia y la demografía hacen su trabajo. A nivel individual, evolucionamos a través de nuestras lecturas, nuestros encuentros, nuestras elecciones vitales, por lo que no tiene mucho sentido definirnos de forma absoluta, ya que la identidad es algo maleable. Lo que pensamos cambiará a medida que cambie nuestro cuerpo. La vejez también pasa factura y no es raro que personas que antes eran progresistas se decanten por ideas tradicionalistas o conservadoras con el paso del tiempo.

Identidad absoluta

También existe la identidad absoluta que se persigue pero nunca se alcanza. Es como la Estrella Polar, nos da un rumbo a seguir para que no nos desviemos. Las religiones son un buen ejemplo de ello al mostrar a personas ejemplares cuyos actos deben celebrarse tanto como emularse. Sus vidas perfectas sientan las bases de las nuestras y nos ayudan a perfilar mejor quiénes somos a medida que envejecemos. Aquí el tiempo está de nuestra parte si conseguimos mantener la disciplina que preconizan la espiritualidad o la filosofía.

La paradoja de la identidad

Pretender saber quiénes somos para conocernos a nosotros mismos puede ayudarnos a conocernos. La identidad puede ser buena aunque sea errónea, en la medida en que la mayoría de las veces nos lleva a la acción. En la ignorancia de uno mismo, uno actúa y se enfrenta a la realidad. Esta confrontación genera fricción y un cuestionamiento de nuestra propia identidad (como por ejemplo en la película “American History X”). Procediendo sucesivamente de forma iterativa, podemos llegar al encuentro con nosotros mismos como el buscador de oro llega al oro tras sucesivas cribas.

En conclusión:

– La identidad es una herramienta que puede utilizarse de buena o mala manera.
– Nos ayuda a superarnos y nos ayuda a conocernos a nosotros mismos por paradójico que parezca
– Puede darnos dirección e inspiración en momentos de duda
– Puede evolucionar con el tiempo

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