El silencio ha sido un recurso abundante desde tiempos inmemoriales. También lo era la oscuridad total de la noche, o el aire limpio que se podía respirar a pleno pulmón. El agua potable que la naturaleza distribuía generosamente se ha vuelto tan rara como los pájaros en los cielos de la ciudad. El acceso a estos recursos, que hasta hace poco se daba por descontado, es cada vez más escaso, hasta el punto de convertirse en bienes de consumo por derecho propio. La agitación tecnológica, el consumo excesivo y el crecimiento exponencial de la población han convertido estos bienes comunes en mercancías preciosas que a veces se arrebatan a precio de oro, en una lógica cada vez más irracional (por ejemplo, el agua embotellada procedente del deshielo de los icebergs).
El silencio no es una excepción a este fenómeno; para acceder a él hay que alejarse de las ciudades y viajar lejos, lo que no está al alcance de todos. Sin embargo, hay un momento, muy temprano por la mañana o muy tarde por la noche, en el que puedes reconectar con el silencio para reconectar con Dios. El cardenal Sarah nos recuerda en su libro las propiedades del silencio para todos aquellos que desean mantener y crecer en su fe.
Si una frase pudiera resumir este libro, sería la siguiente:
El hombre sólo tiene una opción: Dios o nada, silencio o ruido.
Otra sección interesante:
Sin el silencio, Dios desaparece en el ruido. Y este ruido se vuelve tanto más obsesivo cuanto más ausente está Dios. Si el mundo no redescubre el silencio, está perdido. La tierra se precipita entonces hacia la nada
No es posible escuchar a Dios si uno se mantiene constantemente en medio del ruido, ya sea por la charla, la música incesante, el ruido de los motores de los automóviles, etc. La civilización actual se ha librado del silencio. Al hacerlo, se aleja la posibilidad de conectar con Dios.
Dios no habla, pero su voz es clara para los que se dignan a escuchar.
Junto con el ruido, la modernidad ha ido dejando en segundo plano una práctica milenaria y sin embargo tan importante como es la oración. Sin el silencio, es difícil encontrar la paz mental para conectar con Dios. Parece que hoy en día todo se hace para evitar que tengamos una conexión espiritual.
El silencio como forma de crear intimidad
La proximidad no se crea en el ruido o la conmoción. Más bien son formas de agresión que descuidan nuestra naturaleza sensible y divina. Para poder crear cercanía o incluso intimidad con alguien, hay que ser capaz de crear silencio. Esto es de naturaleza espiritual. Cuando somos capaces de estar cómodos en silencio con otra persona, significa que estamos envueltos en un velo divino que establece una comunicación no verbal. El ruido se vuelve superfluo, empezamos a conocernos en profundidad sin necesidad de hablar. Nuestra sola presencia es suficiente, establece un diálogo sin palabras que es bendecido por Dios. Es especialmente en el silencio donde podemos crear sacralidad entre los seres humanos.
El silencio ante el mal
El silencio no es pasivo. Es una lucha sutil contra los menos ilustrados. A través de la oración podemos enfrentarnos al mal. Mediante la lucha interna que libramos, mediante las oraciones que dirigimos a Dios, contribuimos a nuestra manera a repeler el mal, siendo la primera la que cultivamos en nuestro interior. Si podemos reducir la voz del mal que susurra en nuestra cabeza, podremos luchar más fácilmente contra las fuerzas externas amenazantes. La paz interior crea la paz exterior. Manteniendo el equilibrio mental y la presencia divina en el corazón a través del silencio es como mejor se está equipado para enfrentarse a la malevolencia que está presente a su alrededor.
El silencio es un ingrediente esencial de la vida humana
Todo ser humano aspira a alguna forma de silencio, aunque todo parezca indicar lo contrario. Es en la incapacidad de encontrar el silencio que muchos ceden a la tentación del ruido. El silencio es un compañero increíble que te ayudará en los momentos más difíciles de tu vida. El silencio nos enseña las más bellas virtudes del corazón: la paciencia, la templanza, el perdón, la bondad y la humildad.
Para sentirse cómodo con el silencio, también hay que hacerse amigo de la soledad. Son dos compañeros importantes en la búsqueda espiritual. Cuando fortalecemos nuestra amistad con Dios, somos capaces de encontrar la paz con nosotros mismos y así conocernos mejor.
El silencio no es fácil de encontrar
Aprender el silencio es difícil porque expone nuestras ansiedades, miedos, demonios internos, etc. Por eso también muchas personas se refugian en el ruido, es la mejor manera de escapar de lo que somos. Para estar verdaderamente realizados, debemos decidirnos a luchar contra los males que perturban nuestra alma. El proceso de aprendizaje es largo, pero merece la pena. Nuestro corazón es como un templo que necesita ser desempolvado y limpiado de sus seres no deseados (nuestros propios demonios). Cuando hemos hecho este esfuerzo de limpieza regular a través de la oración y el silencio, estamos más tranquilos para volver a este espacio celestial. Por supuesto, si no nos tomamos el tiempo de limpiar un lugar, rara vez queremos quedarnos allí.
El primer lenguaje de Dios es el silencio.
Es apropiado hablar sólo cuando es necesario o caritativo hacerlo. Conviene hablar sólo si nuestras palabras son más fuertes que el silencio.
Frase final del libro:
Dios se cubre de silencio y se revela sólo en nuestros corazones.