Si se quiere invertir el racismo, hay que encontrar la manera de invertir la relación de poder. Existen varias palancas para invertir este equilibrio de poder:
– la palanca demográfica (la ley de los números)
– el capital financiero
– el capital simbólico
– el capital cultural
– el capital social
– capital religioso
– […]
El racismo suele aplicarse contra un grupo que supuestamente carece de atributos que lo harían fuerte en una sociedad.
La minoría y la mayoría
Las minorías suelen ser víctimas del racismo porque sufren las consecuencias de una proporción demográfica que les perjudica. Los judíos sufrieron persecuciones en Europa durante toda la Edad Media, principalmente porque siempre fueron minoría en las sociedades en las que se encontraban. La evolución demográfica en algunas partes del mundo favorece a veces a las poblaciones inmigrantes (suroeste de EE.UU., antiguas colonias británicas donde los elementos no nativos – anglosajones – superan en número a los nativos: ie. Australia, Nueva Zelanda, etc.), lo que dificulta el racismo contra estos mismos grupos. Así pues, la demografía puede desempeñar un papel muy eficaz, pero es un factor externo sobre el que un individuo por sí solo no puede influir.
Capital financiero
En las sociedades liberales, la forma más rápida de mitigar el racismo que uno pueda experimentar es adquirir capital financiero, que ayuda a hacer menos visibles las posibles deficiencias en otros ámbitos (capital cultural, simbólico, etc.). Ser rico te da una fuerza que impone respeto de alguna manera a pesar de tu pertenencia a un grupo étnico minoritario.
Capital simbólico
Lo que puede causar racismo contra ciertos grupos es que tengan una asociación simbólica negativa con su historia o supuesta reputación. Por ejemplo, los afroamericanos sufren el legado de la esclavitud como capital simbólico negativo. Las personas racializadas que viven en Europa también heredan un capital simbólico en relación con la población autóctona: a menudo proceden de zonas que fueron colonizadas por los europeos. Para invertir este equilibrio negativo de poder, es necesario adquirir capital simbólico. Por ejemplo, al convertirse en una persona prominente (abogado, médico, etc.) una persona puede neutralizar fácilmente e incluso invertir esta relación.
El capital cultural
No se valora de la misma manera en todos los países. Los países con una antigua burguesía o aristocracia tenderán a dar más importancia al capital cultural (Francia, Inglaterra, Austria, Japón, Rusia, etc.) frente a los países más “jóvenes” en este sentido (Nueva Zelanda, EE.UU., etc.). La acumulación de capital cultural (como el aprendizaje de los libros) puede mitigar los efectos del racismo, pero sólo en determinadas sociedades en las que se valora.
El capital social
En la era de las redes sociales, es más fácil salir adelante. Ser una estrella 2.0 te permite “borrar tus diferencias” en cierto modo. Cuanta más influencia social tengas, cuanto más prestigio tengas, más se olvidará la gente de tu origen étnico. Cuanta más gente te conozca, más poder tienes a tu favor.
Capital religioso
Esto sólo es cierto en las sociedades religiosas, al menos en las que valoran las ideas religiosas. El capital religioso es una subcategoría del poder simbólico en la mayoría de los casos (la política y la religión suelen estar entrelazadas). Por ejemplo, en algunos países musulmanes, especialmente los árabes, las personas de raza negra sufren racismo porque se las asocia con los descendientes de esclavos (lo que no siempre es el caso en estos países), procedentes del comercio transahariano de esclavos. Una forma sensata de mitigar el racismo que pueda sentir una persona negra en estos países es mostrarse piadosa o con conocimientos religiosos. Esto le permite beneficiarse potencialmente de una asociación positiva hacia su persona (y aprovechar el inconsciente colectivo musulmán en el que las figuras negras han desempeñado un papel destacado).
En conclusión:
– Uno siempre puede escapar individualmente del racismo si es capaz de adquirir símbolos de poder dentro de la sociedad en la que se desenvuelve.