El destino de millones de personas queda suspendido en los caprichos de las medidas gubernamentales, cuyas conclusiones se basan a su vez en los riesgos estimados de una pandemia sin precedentes. El aliento que hemos estado conteniendo durante estos largos meses apenas puede borrar la angustia de un futuro nebuloso.
Las masas se agolpan ante los televisores a la espera de una noticia prometedora. ¿Realmente podemos vivir en suspenso? ¿Qué se recordará de los meses y años de languidez? ¿Qué historia contaremos a las generaciones futuras? ¿Hay alguna manera de tomar la delantera y dejar de ir a la deriva en un océano desilusionado?
La angustia que nos ha invadido a todos algún día o noche no deja de ser una lección. Nos dice que tenemos que actuar aunque esta opción parezca imposible. La ansiedad es tanto el miedo al futuro como la inercia, incluso una forma de letargo.
Cuando estamos perdidos en un mar de arena, la peor decisión que podemos tomar es dejar de avanzar, porque eso nos condena a una muerte segura. Moverse es la única condición para sobrevivir, ésta no está asegurada pero esta oportunidad existe igualmente. ¿Cómo hacer cuando no puedes leer las estrellas ni el vuelo de los pájaros en el cielo para encontrar una buena dirección? Encontrar un abrevadero y establecerse allí durante una tormenta de arena es esencial, pero ¿cómo se llega a él? Quizá tengamos que tomar una decisión arriesgada y mantenerla a toda costa. Elija una dirección sin desviarse durante el mayor tiempo posible. Es una apuesta arriesgada, pero es la única que da un resultado favorable. En concreto, en tiempos de crisis, esto significa decidirse a adquirir una nueva habilidad, destreza o conocimiento de tal manera que sea demandada cuando o incluso antes de que terminen los malos tiempos. Hay que seguir el instinto y seguir creyendo tanto como un caravanista que se desorienta al contemplar un desierto interminable.