Se supone que todo el sistema escolar está diseñado para enseñar a los alumnos a pensar. Pero, ¿qué ocurre realmente? ¿Cuáles son los resultados del sistema educativo en general?
El árbol se conoce por sus frutos
Para juzgar una filosofía, hay que fijarse en la calidad de los resultados de su aplicación. Lo mismo ocurre con la educación actual. Los estudiantes y alumnos no están realmente motivados por la búsqueda de la verdad. Más bien buscan encontrar su lugar en la sociedad a través de la adquisición de competencias buscadas. En resumen, el pensamiento no es realmente el objetivo de la educación actual, sino conseguir que los alumnos se integren plenamente en el mercado laboral.
¿Qué es pensar?
Aprender a pensar es aprender a ser libre, a desprenderse de los condicionamientos y a abordar las cosas con la mente abierta para captar todo lo que es posible captar. Lo contrario de pensar es repetir un discurso que nos han impuesto, afirmar que lo sabemos sin haberlo comprobado nosotros mismos a través de la experiencia, o peor aún, afirmar una verdad sabiendo perfectamente que es falsa.
Para llenar, hay que vaciar
Para aprender, hay que desaprender. Para pensar, hay que dejar de pensar durante un tiempo. El vacío es un elemento importante que se descuida en la enseñanza. Todos los principios físicos funcionan a través de una especie de dualidad: la termodinámica implica contracción y expansión bajo el efecto de una variación de presión, la química implica reacciones que conducen a un estado de equilibrio, la física newtoniana nos enseña que cualquier fuerza aplicada en un punto genera una fuerza de igual intensidad aplicada en sentido contrario. La enseñanza debe integrar plenamente la dualidad del aprendizaje: no se trata de tener la cabeza llena, sino de alternar entre la cabeza llena y la cabeza vacía para “purgar” o “filtrar” el conocimiento, pero sobre todo para distanciarnos del conocimiento para que no se convierta en nuestra identidad y nos suplante.
El vacío como nuevo paradigma de aprendizaje
No es fácil despejar la mente, porque todo te empuja a hacer lo contrario. El mundo actual está lleno de distracciones, a las que pertenecen igualmente los conocimientos académicos. Aclarar la mente implica entrar en el estado meditativo que buscan los practicantes del budismo, ya sean monjes tibetanos o meditadores zen. Para comprender y asimilar algo correctamente, hay que saber desprenderse de ello psíquicamente, del mismo modo que una buena digestión implica fases de ayuno destinadas a purgar el sistema digestivo. Para pensar correctamente sobre un tema, hay que purgar el cerebro de todos los precondicionamientos que pueda haber en torno a él. La capacidad de despejar la mente es parte integrante de pensar bien sobre un tema concreto o sobre el mundo en general.
¿Cómo se aprende a vaciar la mente?
Para despejar el aire adecuadamente, tienes que aprender a valorar un enfoque diferente del trabajo e integrar la dualidad “A / no A” en todo lo que haces. Para empezar, esto significa aceptar que la idea de rendimiento implica un aparente no rendimiento. Una cosa que probablemente no sepas es que los mejores deportistas que conoces duermen todos muy por encima de la media. El sueño es la contrapartida silenciosa pero esencial del rendimiento. Tienes que cambiar tu forma de ver el mundo. En realidad, cuando dormimos, es nuestro subconsciente el que está trabajando, así que seguimos haciendo un esfuerzo, invisible pero igual de valioso para nuestro progreso.
Quienes descuidan el descanso sólo tienen una visión fragmentada de la receta de la excelencia
Los que adoptan un enfoque romo del conocimiento suelen ignorar los aspectos entre bastidores de la excelencia. Sólo ven un aspecto del rendimiento, casi siempre su dimensión visible, reluciente, consciente y ruidosa. El problema es que, al centrarse en una sola dimensión de la excelencia, nunca podrán llegar a la cima. Es como decidir construir una casa con paredes impecables y un tejado soberbio pero olvidarse de tener unos cimientos sólidos. La casa podría derrumbarse en cualquier momento. La excelencia implica tener una visión compleja hecha de aparentes contradicciones, que son sin embargo las razones mismas de un éxito duradero e indiscutible.