No todos podemos elegir ser ricos, pero sí podemos elegir ser más pobres.
La pobreza se sufre con mucha frecuencia, por lo que es obsceno promoverla, por lo que en realidad no debería utilizar el término pobreza sino el de frugalidad o sobriedad.
El que es feliz ya no desea, el que desea ya no es feliz
La cuestión ecológica pone de manifiesto varias realidades, una de las cuales es que el 20% de las personas son responsables del 80% de la contaminación. Y podemos añadir que casi el 100% de ese 20% son lo que podemos llamar ricos. ¿Debemos perseguir a los ricos? Tal vez no, pero ciertamente debemos revisar el juicio condenatorio sobre la pobreza.
Si bien la pobreza material es indeseable porque está asociada a la incomodidad y el sufrimiento y puede ser la causa de toda una serie de carencias como las relacionadas con la educación o la salud, tiene la ventaja de tener una baja huella de carbono. Ser súper rico lleva a ser súper contaminante, no importa lo que te digan. Tener un Tesla siempre será más contaminante que ir andando al trabajo. Se piense lo que se piense, los países pobres, por su frugalidad, tienen una autoridad moral frente a los países ricos en la cuestión ecológica. Si ser muy pobre no es una opción, deberíamos abogar por una forma de simplicidad de vida que reduzca nuestro impacto de carbono. Debemos garantizar que todo el planeta tenga acceso a la educación y la atención médica sin tener que viajar en un jet privado cada fin de semana.
La pobreza es una cuestión de perspectiva
Nunca he visto a nadie tan pobre como alguien cuya única riqueza era su dinero.
Nuestra sociedad está obsesionada con el dinero, para hacernos olvidar que hay otras riquezas mucho más valiosas.
La riqueza material es la causa del consumo excesivo. El consumo es sinónimo de contaminación. Es porque aspiramos a ser más felices que aspiramos a una vida más opulenta, pero esto no es la solución a nuestro problema si ya tenemos suficiente para alimentarnos o alojarnos.
Un mundo más verde necesita gente más sabia
Riqueza espiritual y moral
Hay una forma de riqueza que no tiene límites y, sin embargo, no es perjudicial para el medio ambiente. Esta es la riqueza que proviene de nuestra educación espiritual y moral.
Ser más sabio no cuesta más, sólo requiere más esfuerzo y fuerza de voluntad para progresar cada día en este campo.
Una idea radical para salvar el planeta
Lo mejor que puedes hacer por el medio ambiente es ser pobre materialmente y rico intelectual, moral y espiritualmente.
Es un hecho que los ricos contaminan más que los pobres y que los pobres tienen más hijos que los ricos. Por otro lado, cuanto más educación se tiene, menos hijos se tienen, y cuanto más humanos hay, más contaminación. La solución a esta ecuación es crear una nueva clase humana: relativamente pobre en lo material pero muy educada, en lugar de rica e ignorante, como por desgracia ocurre más a menudo.
Cuando digo pobres, no quiero decir indigentes, sólo quiero decir que no son opulentos, es decir, que tienen lo suficiente para alimentarse, alojarse y hacer la mayoría de las cosas necesarias para una vida digna y satisfactoria. Todas las necesidades, por tanto, implican todo menos la posibilidad de consumir en exceso, viajar en exceso, en definitiva, utilizar más recursos de los que el planeta puede producir.
La opulencia debería ser culpable
Es una idea bastante católica, pero es cierto que hay una especie de indecencia en vivir de forma fastuosa mientras el mundo se va al garete. Hay que evitar el consumismo extremo que suele acompañar la vida de los ricos. Es irresponsable, egoísta y pernicioso. La web toma como modelo a los ricos porque son un símbolo de éxito. Así que todo el mundo imita inconscientemente su irracional estilo de vida. Mientras Instagram o Tik tok promuevan el consumismo, no podremos cambiar las cosas a mejor. Estas plataformas están “educando” a la siguiente generación y ésta parece estar aún más perdida que la anterior al final.
El modelo del siglo XXI
Si las estrellas de la canción, el cine y el deporte influyeron en el siglo XX, las estrellas del siglo XXI deben encarnarse en las figuras de la lucha medioambiental. En un barco que se hunde, se escucha al capitán y no al violinista que toca en la cubierta. A escala planetaria, debería ser lo mismo: deberíamos dejar de escuchar a la gente que nos distrae y, en cambio, escuchar a los expertos y a las personas comprometidas con la cuestión del clima.