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Capital ecológico

Según Bourdieu, hay varios atributos que dan valor a una persona en una sociedad. Entre ellos figuran el capital financiero, cultural, simbólico, artístico y social.

Nuestra posición en la sociedad viene determinada por la suma de estas diferentes formas de capital. Por otra parte, una de las consecuencias del principio del capital es que es más fácil adquirir otros tipos de capital cuando ya se posee un alto grado de capital específico. Por ejemplo, alguien que posea un título nobiliario por su linaje familiar (capital simbólico) tendrá más facilidad para hacer amigos influyentes (capital social), tendrá más posibilidades de encontrar un empleo en un campo prestigioso (capital financiero), etc.

La propia noción de capital es interesante en la medida en que refleja las expectativas de una sociedad en un momento y lugar determinados.

Se podría tener la tentación de pensar que hay una forma de inconsciencia social en juego: una sociedad desarrollaría criterios subjetivos para promocionar a ciertos elementos de modo que tengan más poder y puedan a su vez ayudar a la sociedad a crecer y mejorar. Una sociedad que coloca a los elementos más eminentes en lo más alto, por su moralidad e inteligencia, por ejemplo, permite que estos elementos beneficien a la sociedad en su conjunto. En principio, se establece un círculo virtuoso, pero también podemos observar que el inconsciente social tiende a colocar en la cúspide a individuos que trabajarán para tener efectos devastadores en el resto de la población. En la superficie, vemos a personas incompetentes que nos gobiernan, disfrutando de un alto nivel de capital simbólico y político. Sin embargo, su poder se ve contrarrestado por otros miembros influyentes del grupo social: los ultrarricos (capital financiero), los líderes de opinión (capital social) y los intelectuales (capital cultural). Existe, por tanto, un equilibrio de poder entre los distintos capitales de los miembros de la sociedad.

La necesidad de capital ecológico

Las personas que ejercen poder sobre un grupo suelen hacerlo gracias al ascendiente moral que poseen sobre él. Ese mismo poder moral deriva de un poder inicial de coacción. Se impone por la fuerza o la violencia y luego legitima ese poder con una narrativa que tiende a otorgarle autoridad moral. Así se formó la primera nobleza europea, que era una nobleza de la espada. Eran hombres armados que sembraban el terror entre poblaciones peor equipadas militarmente. Tras la caída del Imperio Romano reinaron casi bandidos armados con mazas, yelmos y alabardas. Los bárbaros que poco a poco se extendieron por Europa sustituyeron en parte a las élites políticas preexistentes, a menudo mezcladas con la población romana. Una vez tomado el poder, se recuperaron las narrativas preexistentes para desempeñar el papel adecuado. Los bárbaros paganos que tomaron posesión de la Europa occidental cristiana se valieron de los discursos cristianos para dar a su poder una dimensión divina. Del mismo modo, las poblaciones arias que invadieron el norte de la India utilizaron las narrativas religiosas de las poblaciones indígenas para crear una sociedad en la que se situaban en la cúspide de la pirámide social.

La necesidad del discurso ecologista para mantener el poder por la fuerza

La necesidad de la retórica ecologista para mantener el poder por la fuerza

Si bien es cierto que todo discurso moralizador tiene una función política, cabe preguntarse a qué propósito sirve el énfasis en el discurso ecologista. La narrativa global de la globalización está diseñada para servir a quienes la iniciaron: el mundo occidental. Puede decirse que los inicios de la globalización se remontan a épocas no occidentales: los mundos musulmán y asiático en el contexto de la Ruta de la Seda, la visión soviética del mundo como un intento de apoderarse del globo, etcétera. Dicho esto, los intentos anteriores nunca han sido verdaderamente globales; se han topado con los límites de sus respectivos Imperios.

Ponerse en la piel de los chinos

Desde un punto de vista no occidental, los mandatos ecologistas son repugnantes. Los países en vías de desarrollo o subdesarrollados se ven obligados a limitar su huella de carbono, mientras que al mismo tiempo estas órdenes proceden de países que contaminaron a lo largo de los siglos XIX y XX sin que su sed de desarrollo se viera limitada. ¿Cómo aceptar estas limitaciones cuando los países que las solicitan han deslocalizado la mayoría de sus fábricas y su huella de carbono no tiene en cuenta estas deslocalizaciones (cuya producción se exporta principalmente a los países occidentales)? ¿No es cuando menos irónico? Creo que sí, estas personas están siendo tratadas injustamente y hacen muy bien en hacer oídos sordos. Los occidentales haríamos lo mismo si estuviéramos en su lugar.

El papel del discurso medioambiental

El cambio climático existe, no cabe duda. El problema es quién debe asumir las consecuencias y quién es responsable. La mayor parte de la responsabilidad recae en los países occidentales, y son ellos los que deberían asumir el coste moral. Pero es al revés, Occidente se escabulle para hacer el papel de bueno mientras culpa a los países en desarrollo. Estamos caminando sobre nuestras cabezas.

Capital ecológico

El capital ecológico está ahí para preservar el poder, el mismo poder que se tomó por la fuerza. Los europeos conquistaron el mundo (no hay juicio moral aquí, cualquier otra nación o época regional habría hecho lo mismo si hubiera sido tecnológica o militarmente posible) por la fuerza, y pretenden aferrarse a él moralmente para coaccionar a sus oponentes políticos (impedir que se desarrollen). Es una guerra silenciosa, un conflicto que no dice su nombre. No debemos dejarnos engañar. Mientras que la ecología a nivel individual es maravillosa, a nivel colectivo se convierte en política, como la religión. Lo que es bueno a una escala puede ser perjudicial a otra. Por eso desconfío de las llamadas instituciones no gubernamentales (no lo son, están al servicio de las agendas políticas de los Estados que las financian) que abogan por la ecología al tiempo que favorecen los comportamientos ecológicos individuales. En cualquier caso, las verdaderas conmociones se producen a nivel del individuo cuando éste se ve impulsado por un verdadero deseo de cambio. Las masas se mueven por narrativas y son éstas las que les hacen actuar de forma ordenada. La mayoría de las veces, las organizaciones internacionales están ahí simplemente para hacer política bajo una falsa bandera.

¿Es la ecología una nueva religión?

Los principios ecológicos existen en la mayoría de las religiones, aunque algunas destacan más en este ámbito (jainismo, hinduismo, budismo, sintoísmo, etc.). Naturalmente, los países desarrollados tienden a ser menos religiosos. Sin embargo, las aspiraciones o ideas que emanaban de las corrientes religiosas se han mantenido aunque estas mismas corrientes hayan desaparecido en la práctica o en el corazón de las personas. Los derechos humanos, por ejemplo, son un vástago directo del cristianismo. El principio igualitario y universal de la Declaración de los Derechos Humanos está inmediatamente vinculado al Nuevo Testamento.

La ecología procede de manera muy parecida. La gente cree menos en Dios, pero se adhiere a la idea de armonía materializada por la noción de ecosistema. Dios está ausente del discurso ecologista, pero el carácter sagrado del equilibrio de las especies animales y vegetales y la conciencia de un principio de restitución (recibimos lo que damos, sembramos lo que cosechamos) recuerdan la noción de karma o de inteligencia cósmica.

No cabe duda de que la ecología tiene una dimensión cultual, que debe compararse con las religiones animistas premonoteístas.

Preservamos el mar y la naturaleza porque sabemos que nos devolverán el favor, como hacían los cazadores-recolectores, que veneraban los ríos y los árboles porque eran la fuente del pescado y la fruta que comían.

Cualquier doctrina se convierte en religiosa cuando sustituye a una religión. Esta regla es válida para el comunismo y el liberalismo, y aún más para la ecología.

Conservo, luego existo

Si la ecología es hoy necesaria, su perdedor político es contraproducente para la causa a la que sirve. Cuando lo religioso se convierte en político, deja instantáneamente de ser espiritual. Puesto que la ecología es una proto-religión, sólo es realmente eficaz cuando sus ideas se difunden entre la población sin tomar el poder de forma centralizada, al menos ésa es mi opinión.

¿Qué haría Confucio?

Según la visión confuciana, el poder sólo existe legítimamente cuando sus representantes son ejemplares. El pueblo obedece porque el gobernante es obediente, por sorprendente que parezca. El pueblo es virtuoso porque el líder es virtuoso. Al invocar a Confucio, intento matizar o incluso contradecir algunos de mis comentarios anteriores para ofrecerles otra perspectiva. Antes escribí que no creía en la capacidad de las instituciones no gubernamentales para generar cambios favorables en materia ecológica debido a sus intereses ocultos. Ahora bien, si partimos del principio confuciano de que la élite política dé ejemplo, podríamos provocar un verdadero cambio en los hábitos ecológicos de la gente. La situación es la siguiente: casi todas las élites políticas del mundo funcionan como una camarilla que no aplica lo que predica. A los pequeños se les pide que hagan sacrificios, que pasen hambre, que dejen de calentar sus casas, etc., mientras los dirigentes políticos se atiborran y despilfarran el dinero público. Las personas que nos gobiernan no suelen estar muy lejos de las orgías romanas.

Entonces, ¿cómo podemos conseguir que la gente se comporte de forma frugal y responsable? No es posible. Soy confuciano en el sentido de que creo que una élite moralmente ejemplar tiene un efecto directo en las masas. Un solo acto de sacrificio por parte de un rey crea millones de actos de sacrificio en el inconsciente colectivo de una población. Sin esto, sólo se puede imponer por la fuerza.

Es cierto que los caballeros de la Edad Media se impusieron a la población en sus inicios a través del terror que sembraron en el campo. Sin embargo, sus sacrificios en el campo de batalla bastaron más tarde para imponer una autoridad moral a los villanos, lo que para ellos se tradujo en un sacrificio en trabajo agrícola.

Para concluir:

La ecología tiene varias dimensiones: una es íntima e individual, la otra es colectiva y política. En mi opinión, los intereses de una a menudo van en contra de los de la otra. En muchos casos, la ecología es una forma de que los países desarrollados mantengan su liderazgo mundial imponiendo limitaciones al desarrollo de los países en desarrollo. Sin embargo, la ecología es realmente necesaria a escala individual, y no se puede negar la evidencia del cambio climático. Hay un Antropoceno y corresponde al propio hombre reparar lo que ha causado.

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