Las personas que están en diferentes niveles emocionales en su vida diaria no pueden entenderse entre sí, los que están más arriba sienten compasión por los que sienten energías más bajas mientras que estos últimos los desprecian.
La bondad es vista como ingenua por los ignorantes porque su visión es estrecha, viven en la escasez, en un dualismo de ganar y perder. La sequedad de sus corazones los ciega y les impide ver que un momento de generosidad puede venir de la abundancia en una relación de ganar-ganar.
La ideología de “mantener-perder” lleva al miedo o al odio ya que los demás son vistos como una amenaza. Quien no logra recargar sus baterías en la espiritualidad, cuyos potenciales energéticos son infinitos, se ve obligado a ver el mundo en la finitud material. El que no puede recargarse en la fuente divina está limitado por el mundo de aquí abajo, que puede parecerle hostil porque parece que muchas personas comparten un territorio y unos recursos limitados. Esta incapacidad de recurrir a las fuerzas divinas conduce a una actitud depredadora hacia el medio ambiente y las personas.
Así, cuando no somos conscientes de que la energía puede ser infinita, parece estúpido e incluso peligroso ser bueno y generoso porque podemos encontrarnos a merced de los especuladores que se regocijan de nuestra credulidad. Pero estos últimos no son conscientes de que la verdadera bondad no espera nada a cambio, es incondicional, es una emanación del corazón, es la consecuencia de una vida pura conectada a la trascendencia.
Esto explica por qué es vano que alguien entienda la magnanimidad si no hace el esfuerzo de elevar su conciencia. Sin este esfuerzo, se equivocará, su juicio estará equivocado por su propio ser. Sin conocer la causa sólo se puede ignorar la consecuencia.