Muchas personas presumen del gran número de amigos que tienen, lo que les hace sentirse orgullosos y populares. Esta idea contrasta enormemente con la de aquellos que sólo tienen unos pocos amigos pero cuya relación es profunda y significativa. Probablemente habría dos enfoques opuestos en la búsqueda de amigos: uno vinculado a la mentalidad del coleccionista y otro asociado al espíritu del constructor.
Cuando eres joven, necesitas halagar tu ego teniendo muchos amigos. Estos encuentros, aunque agradables, suelen ser superficiales y a menudo terminan cuando los amigos se conocen mejor. La cantidad no se lleva bien con la profundidad, y esto es cierto en muchas circunstancias. Cuando tratamos de complacer al mayor número de personas posible, nos diluimos un poco, lo que nos impide ser realmente diferentes de la multitud.
Este principio se aplica igualmente a un producto. Es agradable para el público porque no tiene verdaderas asperezas que puedan molestar a cualquier mente crítica. Tener una plétora de amigos suele ser un signo de ser como esa música comercial que se escucha en todas las emisoras de radio: sosa y común.
Sin embargo, no debemos pensar que no tener amigos es un signo de ser especial o excepcional, no es cierto, es más bien la marca de nuestra indisposición a la vida en sociedad.
Cuanto más envejecemos, mayor es la necesidad de profundidad. A medida que envejecemos, sabemos más sobre quiénes somos y más sobre quiénes no somos. Por eso es más difícil hacerse amigo de alguien: nuestra necesidad de profundidad nos impide estar en todas partes a la vez.
Para entender a alguien, hay que invertir tiempo, energía y atención. Sin estos tres ingredientes, es imposible construir una relación profunda, y mucho menos duradera, con nadie. Esto explica por qué no es posible cultivar la cantidad y la profundidad: estos tres recursos escasean.
En conclusión, hay una edad para todo. Cuando somos muy jóvenes, en realidad buscamos profundidad y casi exclusividad con nuestros amigos. En la adolescencia, nos volvemos muy impresionables, lo que nos empuja a buscar la popularidad y, por tanto, la cantidad de amigos. Por último, a medida que envejecemos, nos damos cuenta de que la profundidad es un elemento inseparable de la autenticidad, que a su vez es un ingrediente esencial de la felicidad. Así, sin una amistad profunda, no hay felicidad duradera y verdadera.