Cada día es una vida
Cuando nos levantamos por la mañana, sentimos que somos una persona diferente a la del día anterior. Nuestro estado de ánimo ha cambiado, nuestro optimismo ha crecido o, por el contrario, ha desaparecido. A veces amorosos, a veces llenos de odio… ¿cómo explicar tales oscilaciones? La respuesta podría ser muy sencilla: nuestra alma realiza viajes astrales durante la noche, y al regresar, vuelve alterada.
El sueño como viaje iniciático
Cada noche es una vida, porque cada sueño es una epopeya que nos lleva a las profundidades de nuestro ser. Es a través del sueño que tomamos conciencia de aspectos de nosotros mismos que antes desconocíamos. Aunque a menudo efímero, el sueño actúa como una revelación. Ilumina tanto nuestros lados oscuros como los luminosos.
¿Cómo estar dilatado cada día?
Es desagradable para los demás vernos levantarnos con el pie izquierdo, pero aún más lo es para uno mismo. Estar malhumorado al despertar sin saber por qué resulta frustrante. Todos aspiramos a la felicidad, pero pocos la alcanzan de forma duradera. El primer paso hacia una felicidad verdadera es trabajar con el alma, para que se dilate, es decir, que abrace todo lo que encuentra con amor y perdón. Para alcanzar ese nivel, hay que actuar durante el día con compasión y benevolencia, procurando no cometer actos que dañen el alma —lo que podríamos llamar vicios o pecados, según el punto de vista—.
Para dilatarse, hay que trabajar con el corazón
El corazón es el asiento simbólico del alma. Si prestas atención a lo que anima tu corazón, podrás fortalecer tu alma, hacerla fuerte y amorosa. El alma funciona como una casa: permanecerá limpia siempre que cuides que quien entre se quite los zapatos. La mejor forma de no ensuciarse es no dejar que entre la suciedad. Si dejas entrar al orgullo, la ira, la envidia, la lujuria, la codicia, etc., en tu corazón, ¿qué crees que le pasará de bueno a tu alma? Se intoxicará. Y si esperas que se dilate de nuevo, antes deberás desintoxicarla.
La felicidad y el sentido del deber
Muchas cosas cotidianas obstaculizan nuestra aspiración de vivir plenamente “con alma y conciencia”. La vida, siendo como es, impone muchas obligaciones diarias que debemos cumplir, incluso en contra de lo que nos dicta el corazón. A eso se le llama comúnmente sentido del deber. Toma la forma de un trabajo que debe realizarse con honestidad y dedicación. Puede también tratarse de un matrimonio que exige fidelidad y respeto. Estamos atrapados en redes de lealtad y compromiso que nuestra alma a veces tiene dificultad para seguir, porque vive desfasada con ciertas obligaciones.
¿El sentido del deber impide la expresión del alma?
Todas las decisiones deberían tomarse teniendo en cuenta las aspiraciones del alma. Sin embargo, hay muchas situaciones en las que debemos ignorar lo que sentimos en el corazón y actuar por deber. En ese sentido, el deber está destinado a conferir sacralidad a nuestras acciones mediante un compromiso a largo plazo. Pero debe hacerse con el consentimiento del alma, de lo contrario corre el riesgo de romperse, ya que, al final, tendemos a seguir lo que nos dicta el alma. Así, todo deber, para cumplirse con firmeza y duración, debe ser aceptado primero por nuestra alma.
¿Puede el alma usar la toxicidad de los demás para elevarse?
El alma necesita compromiso para sostener el esfuerzo en el tiempo, pero también necesita dificultad. Las personas tóxicas son pruebas diarias para nuestra alma.
Hay gente que nos roba la energía simplemente con mirarnos. Están sucios energéticamente. Actúan como depredadores y se engrandecen a costa de los demás. ¿Podemos usar su energía negativa para fortalecernos espiritualmente?
Esencialmente, lo que permite a alguien elevarse es quizás mostrar empatía y compasión hacia personas que, en principio, no lo merecen. Las personas indignas son un desafío para nosotros: ¿cómo podemos amarlas a pesar de lo que son? Amar no significa aceptar todo comportamiento, sino tomar distancia para comprender qué las ha llevado hasta allí. Es aceptar las cosas tal como son para poder empezar a ponerse en la piel del otro, incluso cuando nos repugna.
Lo que hay que recordar ante todo es que, una vez identificadas como tóxicas, esas personas deben mantenerse a distancia —al menos al principio— para evitar ser contaminado. Imagina a un científico que estudia hongos venenosos para crear medicamentos. Evidentemente, no los manipulará sin guantes ni los probará. Pero necesita estudiarlos para encontrar los principios activos que podrían sanar. Con las personas tóxicas ocurre algo similar: hay que saber observarlas, pero no de muy cerca, hasta encontrar la manera de amarlas a pesar de todo. Es a través de ese proceso que se puede hacer crecer el alma.
Como decía Gandhi: “Odia el pecado, no al pecador.”







Me llevo dicha reflexión con la siguiente frase: ” Cuando tu alma está iluminada, ves luz en la oscuridad de otros”
Gracias por tu artículo!
Me alegra mucho que el artículo te haya aportado algo valioso.
Un abrazo y gracias nuevamente por tomarte el tiempo de escribir.