Los Evangelios afirman que “El amor vencerá”, y por tanto que el amor es más fuerte que cualquier otra cosa y que puede vencer el odio y todas las bajezas del mundo. Para ser tan poderoso, este amor debe ser divino y, al fin y al cabo, sólo somos humanos. Entonces, ¿qué podemos hacer si alguien nos ha designado como su enemigo? ¿Podemos realmente escapar a un desenlace brutal y de confrontación?
La amistad es una elección mutua, a diferencia de la enemistad
No podemos ser amigos de todo el mundo, porque eso implica consentimiento. Sin embargo, si lo deseamos, podemos convertirnos en enemigos de todo el mundo. Por pura fuerza de voluntad y malicia, cualquiera puede sembrar el odio y el miedo en los corazones de la gente. A primera vista, Arturo Pérez-Reverte tendría razón: estamos condenados a convertirnos en enemigos de quienes nos han designado como tales. ¿Hay alguna manera de evitar esta trampa?
La enemistad no tiene cabida en una sociedad
El principio mismo de una sociedad es la colaboración de sus miembros para desviar cualquier tensión hacia personas ajenas a la sociedad (países extranjeros, por ejemplo). Por ello, los actos de enemistad (agresión, robo, etc.) suelen castigarse severamente cuando tienen lugar en el seno de una sociedad y conducen generalmente al ostracismo o la exclusión de sus autores.
El enemigo que nos ha elegido quiere rebajarnos a su nivel. Quiere hacer del miedo, el odio o la aversión nuestra vida cotidiana. En un Estado de derecho no hay lugar, en principio, para la venganza. Sin embargo, cuando el Estado falla, se impone la lógica de la venganza. La venganza no es ni más ni menos que una forma de resolver conflictos en épocas geográficas en las que no rige la ley. Si el Estado no puede defendernos y alguien desea ser nuestro enemigo, no podemos eludir nuestro deber de actuar en consecuencia para disuadir futuros ataques.
Todo depende de tu nivel de conciencia
Los Evangelios no se equivocan en principio: el amor triunfa sobre todo porque es fruto de un nivel de conciencia que no se basa en la fuerza sino en el poder. El amor es independiente del objeto que ama, pero procede del sujeto del que emana. Como no somos totalmente divinos, nuestro amor tiene límites. Sin embargo, mediante un esfuerzo constante, ya sea a través de la oración o de diversas purificaciones, podemos elevar nuestra conciencia y ver al amigo que se esconde tras el aparente enemigo.
Pensar y actuar como Jesús y otros grandes maestros
Una persona nos toma por enemigos porque sólo ve la parte superficial de lo que somos (nuestra religión, nuestra raza, nuestra nación, nuestra cultura, etc.). Aunque estos elementos conforman nuestra identidad, por sí solos no pueden resumir quiénes somos realmente. Ocultan una identidad mucho más profunda y completa, que es divina en esencia. Un acto de enemistad hacia nosotros es un intento de rebajar nuestra conciencia para volver a la lógica de la identidad. Cuando nos atacan, quieren hacernos olvidar nuestra dimensión divina, quieren devolvernos a los reflejos animales. Es importante defendernos, preservar nuestra integridad física y moral, lo que puede llevarnos a actos de coacción o demostraciones de fuerza, sin perder nuestra dimensión noble y sublime.
No elegimos a nuestros amigos, ellos nos eligen a nosotros.
Detrás de cada enemigo hay un amigo potencial. Parece ingenuo decirlo así. Por supuesto, hay enemistades imperdonables que nunca pueden conducir a la amistad. Sin embargo, si el enemigo se equivoca y está abierto a reconocer nuestra dimensión más noble y a olvidar las máscaras que llevamos, entonces hay espacio potencial para que los enemigos se conviertan en verdaderos amigos. La historia del mundo se repite constantemente, y los que ganan son los que consiguen influir en los corazones y las mentes de las personas. Para que gane el amor, es necesario que millones de corazones no se hundan en pasiones tristes y consigan mantener un alto nivel de bondad. Es un esfuerzo muy difícil de realizar cuando se está rodeado de enemistad, pero también es en estas condiciones cuando se pone a prueba la calidad del alma.