Vivir el momento presente es un mantra al que todos nos hemos enfrentado en algún momento. Esta idea tiene su origen en varias corrientes filosóficas, pero es sobre todo el budismo el que ha hecho de ella un elemento central de su práctica.
A menudo nos parece que este concepto está demasiado alejado de nuestras vidas, que pueden ser tan tumultuosas como desordenadas. Ser interrumpido en nuestro trabajo y no tener un control total sobre nuestro tiempo hace que sea difícil poner en práctica este principio. Esto no es extraño, ya que este concepto nos llega de Oriente y está fuertemente influenciado por nociones contemplativas, ascéticas y naturalistas. Entonces, ¿cómo podemos vivir en el momento presente cuando nuestro entorno y nuestra forma de vida son la antítesis de la de Buda el ermitaño?
En mi opinión, creo que es inútil intentar vivir en el momento presente de la forma en que lo hacían y lo siguen haciendo los monjes orientales. Es cierto que su entorno vital puede ser frenético en ocasiones cuando sus congregaciones están cerca o en las ciudades, pero casi siempre disfrutan de una burbuja de confort proporcionada por su monasterio donde pueden “retirarse del mundo” durante varias horas para “no hacer nada”.
La idea aquí es tomar este principio y adaptarlo a nuestra vida moderna añadiendo otro ingrediente. Vivir el momento significa perder la noción del tiempo. Dado que el presente es la única realidad que experimentamos de forma sensorial, no es erróneo decir, como hacen los budistas, que el pasado o el futuro no existen. Vivir sin la conciencia del tiempo es difícil fuera de las tareas contemplativas, a menos que tengamos en cuenta la noción de flujo, desarrollada por el psicólogo Mihály Csíkszentmihály. Según la Wikipedia, es un estado mental que alcanza una persona cuando está completamente inmersa en una actividad y se encuentra en un estado máximo de concentración, compromiso pleno y satisfacción en su realización. Básicamente, el flujo se caracteriza por la absorción total de una persona por su ocupación. En el flujo, las emociones no sólo están contenidas y canalizadas, sino que están en plena coordinación con la tarea que se está llevando a cabo… El rasgo distintivo del flujo es un sentimiento espontáneo de alegría, incluso de éxtasis durante una actividad.
La palabra éxtasis es interesante, ya que su etimología se encuentra en el griego y significa “salir de uno mismo”, que es también uno de los objetivos principales de la meditación. El momento presente puede vivirse plenamente, paradójicamente huyendo de él (mediante una acción intensa). Este es un proceso contrario a la meditación, que busca vivir el momento presente abrazándolo totalmente a través de su conciencia y abstracción del mundo exterior.
Así pues, vivir en el momento presente puede lograrse por dos vías, una más directa que es accesible a todos aquellos cuya vida puede organizarse en torno a períodos de meditación. Para el resto de personas que no tienen esta posibilidad, existe un método indirecto que pueden aprovechar (a través del flujo), es lo que podríamos llamar el momento presente desplazado.
Por supuesto, el requisito previo para el método indirecto es no ser interrumpido en la tarea para poder entrar en ella en profundidad. Esto implica trabajar en bloques de tiempo más largos.