El activismo se nutre de figuras radicales, o mejor dicho, vive de la propia existencia de estos símbolos. Sin una dosis de radicalidad, a veces es difícil saber cómo toman forma los movimientos de emancipación, ya sean cívicos, humanistas o medioambientales. La conciencia de la injusticia puede llevar a compromisos más categóricos.
La participación en un grupo no es sistemática, pero refuerza nuestras convicciones y crea un espíritu de cuerpo.
El cambio de vida es un proceso lento y se expresa a través de una tríada de elementos inseparables: el pensamiento, la palabra y la acción.
Para cambiar nuestro comportamiento, primero debemos cambiar nuestras creencias y nuestra representación de un tema. La mente es un material maleable, pero necesita argumentos e incluso provocaciones para que adquiera realmente sus propiedades dúctiles. La primera cara de la radicalidad es el ejercicio del pensamiento radical puesto a prueba de la contradicción.
Si queremos poner a prueba la verdad de nuestras creencias, debemos exponerlas al fuego de la crítica e incluso saber reducirlas a cenizas para que de esas cenizas puedan nacer ideas mejores.
El pensamiento radical se mide por nuestras palabras y acciones. Sin una verdadera congruencia entre estos otros componentes del compromiso, no podemos validar la asimilación de estas ideas e incluso la sinceridad de nuestro enfoque.
Una vez que hayamos conseguido confirmar la autenticidad de nuestro compromiso, podemos tomar la decisión de implicarnos a través de nuestras palabras, ya sean escritas u orales. Esta forma de compromiso requiere un cierto deseo: no todo el mundo es un predicador, no todo el mundo es un panfletista. Sacudir las cosas requiere brío e incluso cierta elocuencia, que afortunadamente puede desarrollarse con la práctica.
La acción radical no es un golpe único, ni una manifestación o cualquier otra empresa destinada a dejar huella en la mente de la gente por su carácter repentino. La radicalidad a través de la acción significa hacer de nuestra vida una expresión de nuestras convicciones más profundas. Es el camino más exigente porque es el nivel más alto de implicación. Actuar con radicalidad es aplicar con radicalidad los principios y valores que decimos sostener de tal manera que sirvamos como modelo a seguir o, al menos, como expresión de una vida alternativa. Es más fácil ir a manifestarse puntualmente porque, después de una marcha, puedes volver tranquilamente a tu rutina diaria sin que te preocupe ni te moleste. No hay acción radical sin una vida radical, el resto son sólo intentos abortados.