La soledad es un sufrimiento para quienes no están acostumbrados a ella. Cuanto más nos acostumbramos a estar solos, más herméticos e insensibles nos volvemos al mundo exterior. Por supuesto, esto lleva tiempo, pero la psicología humana es tal que si no puede cambiar su entorno, se adaptará a él. Existen varios mecanismos psicológicos de defensa. Cada uno tiene una finalidad y se adapta al temperamento y la sensibilidad del individuo. Estos mecanismos se activan cuando sufrimos, es decir, para ayudarnos a superar nuestras neurosis. Alguien con predisposición a la reflexión, por ejemplo, puede desarrollar fácilmente una fuerte intelectualización para superar sus sufrimientos, especialmente los generados por la soledad, como escribir en un blog.
La soledad es fructífera simplemente porque obliga a una transformación interior para vivirla mejor.
El problema de ser eficaz en la superación de posibles neurosis es que ya no sientes la necesidad de cambiar tu entorno. Alguien que se ha acostumbrado a un entorno hostil ya no sentirá la necesidad de buscar la calma y la paz en otra parte. Una persona que ha aprendido a vivir sola también habrá renunciado al deseo de hacer amigos. Esta habituación es por tanto un arma de doble filo, es buena porque nos evita el sufrimiento, pero es problemática porque nos hace cómplices de nuestro entorno.
¿Es necesario cambiar lo que nos rodea?
En mi opinión, existen dos paradigmas distintos a los que la gente suele referirse cuando contempla el papel de la influencia individual dentro de la sociedad. Por un lado, está el sabio que se niega a alterar su entorno, dando en cambio ejemplo de cognición pacífica y emanación de vibraciones sutiles. Por otro lado, está el hombre corriente que se esfuerza por modificar el mundo que le rodea e imponer sus propios valores e ideologías. Los dos enfoques claramente diferentes del sabio y el ordinario apuntan al supuesto subyacente de que uno no excluye necesariamente al otro en términos de tener un impacto.
El sabio es representativo de una escuela de pensamiento que celebra el arte de la no intervención dentro de la sociedad. Este enfoque expone que no hay nada más influyente que simplemente ser y existir en el entorno de uno. Como ocurre con la mayoría de las creencias, esto se ha atribuido a una variedad de fuentes, siendo quizá las más populares las filosofías orientales que dictan que uno se empodera a través del poder de su ser y, por lo tanto, no necesita intervenir en el exterior para alterarlo.
Al mismo tiempo, sin embargo, hay quienes ven al ciudadano de a pie como el catalizador de un cambio matizado. Este sistema de creencias está arraigado en el principio de que es por la mejora de la sociedad por lo que un individuo se esfuerza por influir en el entorno exterior. Esto puede venir en forma de defensa, participación en iniciativas comunitarias y obtención de apoyo para causas o normativas que logren o reflejen una ideología particular. Tal empeño requiere una actitud particular de discernimiento y audacia por parte del proponente, así como respeto y trabajo en armonía con los amigos y vecinos de uno.
La clara dicotomía entre el sabio y el hombre corriente es fascinante en el sentido de que abarca un amplio abanico de posibilidades de influencia individual en la sociedad actual. Es alentador observar que, a pesar de las diferencias, ambos enfoques representan una expresión para el cambio social y demuestran cómo el mandato individual tiene la oportunidad de influir en la política de su entorno. Ya sea a través de la iniciativa silenciosa del sabio o de los esfuerzos activos del ciudadano de a pie, es posible contribuir sutilmente a la evolución de un entorno determinado.
Si sufres, al menos encuentra una buena razón para hacerlo
El concepto de sufrimiento es complejo, polifacético y a menudo difícil de comprender plenamente. Muchos de nosotros sufrimos sin comprender toda la magnitud de nuestra angustia emocional, espiritual y física. Puede que no comprendamos cómo nuestro sufrimiento tiene la capacidad tanto de liberarnos como de aprisionarnos simultáneamente, si se le da dirección y sentido.
Para salvar el sufrimiento y convertirlo en salvífico, es necesario darle dirección y sentido. Cuando lo hacemos, el sufrimiento que inicialmente era debilitante puede convertirse en una fuerza transformadora. Podemos aprender a encarnar nuestro sufrimiento y utilizarlo para obtener una mayor perspicacia y fortaleza. Podemos adquirir mayor resistencia y capacidad para crear vidas significativas y satisfactorias.
El sufrimiento puede verse favorecido e impedido por nuestras actitudes, creencias y comportamientos. Nuestras creencias en torno al sufrimiento pueden impulsar nuestra comprensión y aceptación del mismo o, por el contrario, pueden llevarnos a sentir angustia, autocondena y una desesperación abrumadora. Nuestras pautas de comportamiento también pueden moldear nuestro sufrimiento. Si luchamos contra él y negamos su poder, nuestro sufrimiento puede enquistarse y quedarnos paralizados e incapaces de afrontarlo. Por otro lado, si podemos aceptar nuestro sufrimiento y reconocerlo como una vía de crecimiento y cambio, entonces podemos cultivar la esperanza, la comprensión y la liberación.
Desde una perspectiva académica, es importante tanto reconocer nuestro sufrimiento como reconocer que sirve a un propósito vital, aunque a veces doloroso. Debemos aceptar que el sufrimiento puede ser realmente salvífico y transformador, siempre que se le dé una dirección y un propósito. Es capaz de empoderar a los individuos y crear una fuerza que trascienda cualquier obstáculo físico, emocional o mental que se haya interpuesto en nuestro camino. Podemos mirar hacia nuestro interior, reconocer nuestro sufrimiento y, en última instancia, utilizar nuestro dolor y nuestra herida para la evolución personal.