No es fácil ser uno mismo, y el mundo laboral es el primer lugar donde esta realidad se revela. Estamos obligados a interpretar un papel para ocupar un puesto, defender una imagen de marca que no es necesariamente la nuestra: la de la empresa. Esta puesta en escena agota, porque nos priva del tiempo en el que nuestra autenticidad podría expresarse. Así, nuestra autenticidad solo aparece en los momentos residuales de nuestra vida.
La necesidad de ganarnos el pan puede obligarnos a ponernos en la piel de otro, aunque eso implique perder algo en el camino: perdemos una parte de lo que somos. ¿Cómo recuperar, entonces, nuestra autenticidad –y, más aún, nuestra felicidad– cuando expresarla puede poner en riesgo nuestro sustento?
El futuro pertenece a las personas auténticas
Un mundo se derrumba ante nuestros ojos, aquel que consideraba que la masa indiferenciada era la mejor forma de construir imperios – como los ejércitos contemporáneos, cuyo equivalente civil es el empleado del sector terciario o secundario, al que se le pide callar y obedecer sin protestar.
Pero en la era de la IA y la robotización, empresas enteras pueden funcionar con apenas unas pocas personas. Esto significa que las masas que queden al margen deberán aprender a ser autónomas, a construir sus propios negocios viables o a trabajar como independientes.
Esta nueva configuración del trabajo devuelve al centro una idea antes preciada, pero que había perdido importancia: la singularidad. En el mundo que viene –o más bien, el que ya está aquí–, la singularidad es sinónimo de rareza. Y como dice el dicho, lo raro es valioso, cuando antes se asociaba a la excentricidad.
Una de las mejores maneras de destacar en una economía que busca especificidad y rendimiento, y en una vida cada vez más carente de sentido, es encarnar plenamente la propia singularidad. ¿Y qué mejor herramienta que la autenticidad?
Tu autenticidad es tu mejor aliada
En un mundo cambiante, es importante tener una brújula. ¿Y si tu brújula fuera tu moral y todo aquello en lo que crees? Cuando el suelo se hunde bajo nuestros pies, es esencial volver a lo fundamental y redefinir nuestros puntos de referencia, que pueden volverse difusos en épocas de prosperidad.
La transición que atravesamos –que a menudo adopta la forma de una crisis– es la mejor oportunidad para volver a uno mismo y profundizar en la búsqueda de sentido, a nivel individual, para poder conectar auténticamente con los demás.
En una palabra: si no sabes adónde vas, al menos sabe de dónde vienes.
Prosperar es deseable solo si se han tomado decisiones éticas
Los influencers adinerados son celebrados porque en esa celebración hay una parte de envidia: las masas quieren convertirse en quienes observan. Sin embargo, al mirar solo el dinero y las posesiones, se ignora una parte importante del proceso: cómo se acumuló esa riqueza. Es, en cierto modo, poner el carro delante de los bueyes.
Tener una base moral es fundamental antes de iniciar cualquier proyecto de enriquecimiento personal. ¿Por qué? Porque el dinero sin moral conduce inevitablemente a la aflicción, y en muchos casos incluso a la abyección. En pocas palabras: no se puede vivir feliz sin estar en concordancia con la moral, incluso poseyendo todas las riquezas del mundo.
Los excesos nos alejan de nuestros valores
Ya sea por el trabajo o por la voluntad de rendir al máximo cada día, podemos quedar atrapados en una carrera que nos desvía de una felicidad simple e inmediata. La posibilidad de cultivar la virtud en todas sus formas siempre está ahí, pero a menudo la descuidamos por codicia o por ignorancia.
El ser humano está hecho para vivir como ser humano, no como una máquina programada para rendir a toda costa. Los excesos de una vida vivida a mil por hora se manifiestan claramente: malestar, sensación de perderse, incapacidad para vivir el presente o delirios narcisistas.
A menudo, no sabemos que estamos en el exceso. Y aunque lo supiéramos, no veríamos una salida favorable por varias razones: creer que no encontraremos la felicidad en otro lugar, miedo a perder la admiración o estima de los demás si llevamos una vida diferente, o la sensación de estar atrapados en un callejón sin salida.
La autenticidad es aceptar perderse
Lo que a menudo nos pierde es creer que sabemos dónde estamos. Para salir de ese engaño, hay que aceptar estar perdido, incluso perderse voluntariamente para poder reencontrarse. La autenticidad implica necesariamente humildad: no pretender saberlo todo. Es mirarse al espejo y admitir que quizá no tenemos todas las respuestas.
La autenticidad no impide el progreso de la consciencia
Ser sincero respecto a lo que sentimos y a cómo lo expresamos al mundo es el primer paso hacia la expansión de la consciencia. El propósito de la existencia es aprovechar al máximo nuestro paso por la tierra para elevar la consciencia y acceder a un nivel superior de plenitud.
La autenticidad es un medio, no un fin. Es la herramienta que permite abrirse a otras esferas de consciencia como el amor o la alegría, totalmente incompatibles con la mentira y la duplicidad.
Las oscilaciones de la consciencia
Observa qué emociones te mueven cada día. ¿Es el amor, la bondad o la dulzura? ¿O, por el contrario, la amargura, el resentimiento y la sed de venganza? Cada emoción es una indicación de tu nivel de consciencia en un instante t. Tu nivel de consciencia global no es más que el promedio de estas emociones a largo plazo.
Intenta, en la medida de lo posible, contemplar tus emociones desde un punto de vista externo. Obsérvate: así es como se mejora. Pedir la opinión de tus seres cercanos también puede ayudar –aunque no siempre– a situarte en esta escala de consciencia.






