Una vida sin arrepentimientos es aquella en la que el alma ha podido expresarse con la mayor frecuencia y la mayor duración posibles. Existen diferentes dimensiones del ser: el cuerpo, el intelecto, la emoción y el alma. Si das demasiada importancia a tu cuerpo, no podrás sino decepcionarte, sobre todo en el ocaso de tu vida, pues el cuerpo se marchita hasta finalmente desaparecer. De igual modo, el intelecto y la emoción tienen sus límites, y es difícil realizarse plenamente cuando uno apuesta únicamente por esas dos dimensiones. Al final, lo que queda después de tu muerte no es ni tu cuerpo, ni tu cerebro, ni tu corazón: es tu alma. Por eso es ella quien debe tener la última palabra. Es un poco como cuando estalla una guerra: quienes deciden no son los que mueren, o rara vez lo hacen, es decir, los generales y los políticos, no los simples soldados. Quienes sobreviven al conflicto pueden reflexionar sobre el después, pero también sobre el antes y el durante. Este ejemplo es algo paradójico, pues también se podría decir que quienes deciden las guerras deberían ser precisamente quienes sufren sus consecuencias directas —muriendo, en particular—, y que tal «honor» debería recaer en los soldados.
La trampa del dinero
Esta cuestión del alma nos remite de inmediato al modelo actual, que sobrevalora la búsqueda de dinero y de estatus, aunque ambos se limitan a las esferas material y social. El dinero suele ocultar un deseo de satisfacer el cuerpo, las emociones y a veces el intelecto. El alma, en cambio, necesita muy pocas cosas materiales para estar satisfecha. Ella es el contenido; el cuerpo, el continente. Un buen vino se bebe ante todo en una copa limpia; lo ostentoso no es más que adorno. Aunque la copa valiera millones, ello no cambiaría realmente la calidad del vino. Para tener la mejor degustación posible, hay que concentrarse en el contenido y simplemente asegurarse de que el continente no altere el líquido con suciedad o impurezas. Es lo mismo con el cuerpo y el alma. El alma no necesita un cuerpo que haya comido en los mejores restaurantes o dormido en los hoteles más lujosos. Lo que importa es que haya comido de manera sana, dormido lo suficiente y hecho ejercicio —y, más aún, respirado correctamente— para ofrecer el mejor receptáculo, propicio al florecimiento del alma. Lo que cuenta después es dedicar la máxima atención al alma. En la escala de importancia de la degustación —es decir, de la calidad de vida—, el viticultor, el espiritualista, es mucho más importante que el sumiller o el bodeguero.
Si bien el dinero permite resolver un gran número de problemas, no deja de ser limitado si uno decide dejarse guiar exclusivamente por su alma. Esta resolución de concentrarse en lo esencial explica, por ejemplo, por qué los monjes hacen voto de pobreza o de castidad. Para centrarse en el alma, hay que saber prescindir de ciertas cosas y guardar la energía para redirigirla en una sola dirección. De hecho, un corolario de la regla según la cual la naturaleza aborrece el vacío es que, si uno ocupa principalmente su mente con asuntos materiales, luego se hace difícil liberar espacio mental o tiempo para asuntos más etéreos. El dinero, como se dice a menudo, es un buen sirviente pero un mal amo. Saber utilizarlo para perseguir un fin honorable es arduo, pues muchas veces, al querer meterlo en el bolsillo, acabamos metiéndolo en la cabeza y en el corazón.
No tomes por maestros a quienes aún no han comprendido la importancia del alma
Ya sea en la vida personal o en el trabajo, siempre es importante entender qué motiva a alguien, sobre todo cuando se trata de relaciones de amistad o de jerarquía. Un amigo venal es como un gusano en una manzana: más vale apartarlo. Del mismo modo, trabajar para personas obsesionadas con el dinero es problemático, pues tarde o temprano te traicionarán, ya que el dinero siempre ocupa el primer lugar para ellas. A sus ojos, no eres más que una herramienta productiva, y no te consideran en absoluto como alguien con valor fuera de ese aspecto. Eres una especie de producto con fecha de caducidad, un yogur del que se deshacen cuando estiman que ya no sirve. Aprende a reconocer rápidamente con quién tratas, so pena de quemarte las alas en su contacto.
El alma primero
Para pensar con el alma, primero hay que reconocer su existencia y su primacía sobre las demás dimensiones del ser. Este reconocimiento induce una forma de educación espiritual, ya sea en la infancia a través del entorno familiar, o más tarde, por medio de libros y conferencias en línea. Para que el alma tenga un lugar en nuestras decisiones cotidianas, hay que dedicarle hábitos. No hay secretos: es como el cuerpo, que necesita actividad regular, una nutrición de calidad, un sueño reparador y respiraciones profundas. En cuanto al alma, una forma de ascetismo (ayuno, meditación, etc.) o, al menos, la moderación en la vida diaria puede ayudar a su despertar. Además, ciertas tradiciones señalan que el alma se encuentra en el corazón, por lo que pensar con el corazón podría ser la mejor manera de estar en coherencia con el alma.
El alma como solución a los problemas del siglo XXI
Si el alma tiene tantos méritos, es sobre todo porque sabe mejor —y antes que las demás dimensiones— resolver toda clase de problemas, especialmente los que implican la moral y el largo plazo. El «suplemento de alma» que uno puede aportar ayuda a comprender en profundidad un problema y a encontrar una solución más adecuada. Quien deja expresarse más a su alma permite a los demás ver lo que permanece invisible para la mayoría.
Para ir más lejos: el poder o el servicio bajo la guía del alma – los dos caminos hacia la felicidad –
El modelo de sociedad tradicional, basado ante todo en la comunidad, pone el acento en la contribución. En esta perspectiva, la ayuda mutua y la participación constituyen los cimientos mismos de la autorrealización. Por el contrario, las sociedades contemporáneas, surgidas de la industrialización, se basan ante todo en el individuo y en su capacidad de acceder al consumo, ya sea de bienes o de servicios. En este sentido, estos dos modelos parecen más antagónicos que complementarios. Las sociedades tradicionales, por definición más antiguas, han tenido más tiempo para demostrar su validez. Las economías industriales y postindustriales enfrentan una crisis que podríamos calificar de civilizacional. Dado que la contribución a la familia o a la sociedad ya no está realmente valorada, ya observamos una crisis de natalidad en muchos lugares, aunque ésta queda enmascarada por esfuerzos inmigratorios. La negativa a tener hijos puede ser, en algunos casos, signo de una búsqueda de realización superior, pero en otros, refleja más bien una incapacidad para concebir el mundo fuera de la satisfacción de necesidades individuales, y no a través del prisma de la contribución.
El poder
El símbolo de esta búsqueda de necesidades individuales podría resumirse en la voluntad de poder, que adopta la forma de la satisfacción de placeres hedonistas, cuyo Grial no es otro que el dinero. Si se busca el dinero, es ante todo por el poder que confiere, especialmente por su capacidad de ayudarnos a satisfacer todo tipo de placeres. Como seres orgánicos, nos desarrollamos del nacimiento a la muerte intentando acumular energía y transmitir nuestro ADN mediante la reproducción. El hecho de no sentirse ya perteneciente a un grupo, y por tanto no tener que servirlo, nos hace menos sensibles a las presiones natalistas. En otros tiempos, lo que hacía atractiva la paternidad —más allá de la ausencia de métodos anticonceptivos— era que la nueva generación podía contribuir al grupo y sostenernos en la vejez. La capacidad de realizarse económicamente lejos del grupo de origen (emprendimiento, emigración, etc.) vuelve obsoleta la necesidad del deber generacional (el acto de engendrar, de producir a su semejante). Libres de esa obligación, los individuos pierden más fácilmente el sentido de la responsabilidad —que les confería la paternidad— y se entregan con mayor facilidad a la búsqueda de placeres vanos, la mayoría de las veces.







Muchas gracias por plasmar tu reflexión sobre la importancia del alma en estos tiempos. Me alegra mucho que tengas este enfoque espiritual de ver la vida.
Siempre es un gusto leer tus publicaciones, porque transmites sensibilidad.
Muchos abrazos!
¡Muchas gracias Señora! 🙂