Cuando se toma una decisión en conciencia, es prudente desprenderse del resultado. La clave es asegurarse de que la intención original de la acción era buena. Una intención asociada a una acción es como una semilla que se planta. Una vez plantado, no hay nada más que hacer que esperar. Hay otro ingrediente necesario que es el sol que corresponde a nuestra fe o simplemente a nuestra confianza. La confianza actúa con aparente pasividad, en realidad es una manifestación silenciosa de gran intensidad. Si estamos seguros de nuestra buena intención, nuestra fe crecerá y esto nos dará valor para esperar y resistiremos el impulso de rendirnos.
Nuestra intención es la fuerza principal detrás de una acción. Tendemos a olvidar o descuidar nuestras intenciones, ya que vivimos en una sociedad de acción. Sin embargo, hay que estudiar escrupulosamente la intención antes de tomar una gran decisión. De hecho, la intención es lo que, en última instancia, da el verdadero rostro a una acción. A la larga, lo que se manifiesta es la intención inicial. Por lo tanto, debemos ir más allá de las apariencias para comprender lo que hay detrás de nuestras propias elecciones para garantizar su resultado positivo. No siempre es fácil hacer nuestro propio autoanálisis, sobre todo si no estamos acostumbrados a hacer un trabajo de introspección. Sin embargo, es esencial para progresar, a riesgo de repetir los mismos errores una y otra vez. El esfuerzo de cuestionamiento diario que nos imponemos debe ayudarnos a facilitar este trabajo: si nos damos cuenta de la mala intención que se esconde detrás de una de nuestras elecciones, simplemente tendremos que abstenernos de realizar esa acción.
Por supuesto, no debemos vivir en una cierta paranoia, debemos ser conscientes de no ser perfectos. Sin embargo, si adquirimos el hábito de observarnos a nosotros mismos y nos abstenemos de llevar a cabo acciones maliciosas, poco a poco vibraremos a otro estado de conciencia, que puede llevarnos a otros niveles de realización en nuestra vida.
