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La única religión que cuenta es la de la benevolencia

No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Este es el principio cardinal de la ideología de la benevolencia.

Esta frase es poderosa en la medida en que reconoce en el otro un yo posible. El problema surge del no reconocimiento del yo en el otro. Así, si admitimos que el otro es fundamentalmente diferente y que esta diferencia es una incompatibilidad de alteridad, entonces nos concedemos el derecho de no aplicar esta regla a todos.

El racismo, el sexismo, el especismo, etc., son todos ejemplos de la negación de la empatía que se podría tener espontáneamente por los seres que presentan ciertas diferencias. La falta de capacidad para reconocer al otro como a uno mismo explica muchos de los males. Si el principio cardinal se aplicara con más rigor, habría un mayor respeto general.

La relación con la naturaleza también puede mejorarse aplicando esta regla. Reconocer la naturaleza y sus elementos (el mar, el bosque, etc.) como personas de pleno derecho nos ayudaría a aumentar nuestro respeto por ellos. Personificar o incluso divinizar un elemento como el mar, por ejemplo, no es una herejía. Nos permite mejorar nuestra relación con el mundo. Si admitimos que hay una conciencia en la naturaleza y que aplicamos el principio cardinal, entonces es imposible contaminar o abusar de la naturaleza.

Reconocer que la sensibilidad y la inteligencia adoptan formas diferentes es un signo de la expansión de nuestra propia sensibilidad.

Si estamos acostumbrados a tratar a las personas con respeto y dignidad, podemos mejorar fácilmente nuestra relación con el medio ambiente si nos situamos en una nueva perspectiva. No es fácil ver una injusticia cuando nos beneficiamos directa o indirectamente de ella. Sin embargo, si hacemos el esfuerzo de ponernos en la piel de todos los entes que se cruzan en nuestro camino, ya sean humanos, animales, vegetales o naturales, podríamos disminuir nuestra irreverencia hacia aquellos cuya dignidad es diariamente despreciada. Al reconocer la vida y la inteligencia en todas sus formas, nos convertimos en emisarios de la paz.

Edward

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