Como dice el refrán, predicamos más por nuestras acciones que por nuestras palabras.
Seamos aún más extremos en este sentido. No digamos nunca una sola palabra para regañar a alguien.
Parece imposible, ¿verdad? Puede parecer que se reprime a sí mismo.
De hecho, a veces debemos decir lo que pensamos, pero debe hacerse en una situación o circunstancia apropiada.
Por ejemplo, para proteger a una persona inocente de un asesino o de un trato injusto.
En realidad, no se trata de predicar sino de actuar.
A veces, hablar no es predicar porque estás completamente absorto en la acción, te pones en riesgo y estás usando estas palabras como un escudo o una katana, no como un peldaño hacia tu propia autoestima o autoengaño.
Por eso es importante sopesar nuestras palabras y preguntarnos si las usamos como una persona de acción, como un hipócrita o como una persona inconsistente.
Esto explica por qué la gente de acción puede apreciar el silencio que les permite pensar más claramente.
Además, puede que no pienseis en vuestra palabras como una materia intangible, mientras que una espada de doble filo puede requerir cuidado y destreza mientras se usa.
Para continuar esta analogía, piensa en ti como un espadachín, un caballero, un samurái, un escritor con su pluma, o cualquier otro maestro que puedas imaginar.
Ve cómo usar tu herramienta favorita en público, con parsimonia, aunque puedas entrenarte una y otra vez en las sombras (mental, física e incluso espiritualmente).
Piensa lo mismo de tu boca y se convertirá en un arma y un salvoconducto formidable.
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