Naturalmente, hacemos caso a los métodos milagrosos para rejuvenecer o simplemente para estar más guapos. Estos trucos insisten sobre todo en la parte superficial de la belleza, es decir, la piel, el pelo, el color… Llegamos a olvidar que ser bello es fruto de una emanación: nuestro ser vibra y esta onda es captada por los demás. La energía que difundimos puede percibirse por nuestros ojos, el tono de nuestra voz, nuestra aura. Este conjunto es el resultado de lo que somos, lo que pensamos, lo que decimos, lo que hacemos. Cada acción tiene una consecuencia directa en nuestro nivel vibratorio y en lo que liberamos.
Cuanto más realizamos acciones indignas de nosotros mismos, más disminuye nuestro flujo. Por último, cuanto más actuemos mal, más se verá afectada nuestra vitalidad. Por lo tanto, es importante actuar con reflexión y conciencia si queremos preservar la calidad de nuestra energía, pues son sobre todo nuestras elecciones las que influyen en ella.
Por supuesto, cuando somos jóvenes, no somos conscientes de ello ya que nuestra vitalidad es tal que nuestras malas acciones pasan desapercibidas en nuestra apariencia. Sin embargo, cuanto más tiempo pasa, nuestras acciones dejan una marca indeleble que dificulta el mantenimiento de la vitalidad durante mucho tiempo. Por muchos trucos que pongamos, nuestra verdadera cara siempre aparece a plena luz del día para quien se tome el tiempo de mirarnos con atención.
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