Cada época está marcada por una crisis de distinta magnitud. Nuestros predecesores han tenido que enfrentarse a guerras, nuestros sucesores se verán con toda seguridad entre la espada y la pared y soportarán las consecuencias del cambio climático en su forma más inmediata y cotidiana. Somos una especie de generación de transición, y como tal tenemos un papel que desempeñar. La amenaza actual que supone la pandemia es quizás el único gran mal de nuestra generación. Entonces, ¿cómo podemos quejarnos cuando comparamos a nuestros antepasados, que se enfrentan a las mayores abyecciones de la guerra, y a nuestros descendientes, cuya felicidad futura es aún más incierta en un planeta maltrecho?
Somos una generación fundamental entre otras muchas que ha conocido la historia, pero eso no nos exime de la responsabilidad de mejorar nuestro nivel de conciencia para vivir felices y garantizar una cierta armonía a las generaciones futuras.
Una crisis nos pone al límite. Lo que ahora es una crisis sanitaria pronto se convertirá en una crisis exclusivamente económica. Debemos recurrir a nuestros recursos intelectuales, físicos, emocionales y espirituales para afrontarlo.
El egoísmo y la rivalidad que hasta cierto punto han caracterizado nuestras relaciones tanto individuales como colectivas deben dar paso a un pragmatismo solidario. Nuestra especie ha sobrevivido desde sus orígenes sólo por su capacidad de conciliación y ayuda mutua frente a depredadores mucho más fuertes que se apoyaban únicamente en su fuerza. Debemos reactivar esta característica tan arraigada en nosotros. Para que se manifieste a nivel colectivo, debemos reconocer a nivel individual que los perjuicios de la crisis actual son obstáculos para un ser mejor. Podemos superar estos retos para hacer crecer las diferentes dimensiones de nuestro ser de la misma manera que un culturista utiliza las mancuernas que desarrollarán sus músculos.
Por paradójico que parezca, esta crisis desarrollará con toda seguridad en nosotros una cierta frugalidad que podría ser la fuente de nuestra generosidad hacia nuestros contemporáneos y las generaciones futuras. No podemos dar lo que no hemos podido dar. Esto explica que todos los esfuerzos que estamos haciendo hoy para superar este reto de la mejor manera posible produzcan una mayor sabiduría a nivel global. Volveremos a aprender el verdadero valor de las cosas y seremos más capaces de reconocer la angustia de los demás porque habremos pasado por momentos difíciles.
Estas palabras pueden parecer ingenuas a la vista del abismo que separa la realidad cotidiana de la gente del otro lado del mundo. Sin embargo, creo que esta pieza de sufrimiento compartida a escala mundial sólo puede conducir a una mejor comprensión y compasión mutuas.
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