Las recientes convulsiones han sembrado a veces la desilusión en nuestras carreras, la angustia y, en última instancia, una cierta pérdida de sentido en nuestras vidas. ¿Cómo podemos hacer frente a esto y cómo recuperamos la alegría cuando sentimos el suelo bajo nuestros pies?
No siempre es fácil dejarse llevar por estos tiempos de incertidumbre. Queremos aferrarnos a algo que mantenga viva nuestra curiosidad y nos dé una sensación de progreso. Ante todas las posibilidades que nos ofrece Internet, a menudo nos sentimos mareados y simplemente nos cuesta proyectarnos. Esta profusión de opciones nos paraliza y provoca el efecto contrario que se buscaba inicialmente: cedemos a una especie de pereza que tiene su origen en la incapacidad de tomar decisiones. Ante los cambios actuales y futuros, no sabemos muy bien hacia dónde dirigirnos. ¿Es necesario aprender una nueva habilidad para añadirla a la paleta? ¿Es necesario desarrollar la propia red? ¿Debemos buscar las habilidades blandas que nos faltan? El tiempo que tenemos puede ser una oportunidad para renovarnos y aunque no sepamos a dónde ir.
La falta de interés que mostramos en el uso de nuestro tiempo diario no es sólo el resultado de una cierta depresión, sino que está sobre todo ligada a nuestra falta de claridad. Es cierto que no podemos predecir lo que realmente sucederá en los próximos meses y años. Sin embargo, podemos tener razonablemente algunas certezas en las que basar nuestra estrategia de desarrollo, ya sea personal o profesional.
Nuestro “valor de mercado” profesional puede definirse como una combinación hábil de conocimientos, habilidades y capacidades. El punto en común entre nuestra vida personal y profesional está en un nivel más sutil, nuestra psicología y formas de pensar. Nuestro bienestar personal está fundamentalmente ligado sólo a nuestros valores y a nuestra adecuación con lo que decimos y hacemos. En estos tiempos de crisis, podemos adoptar la táctica de ver los puntos comunes que existen entre nuestras identidades profesionales e íntimas. Cuando trabajamos para fortalecer lo que une a estas dos entidades, nuestra felicidad se vuelve resistente e incluso antifrágil, es decir, puede aumentar a través de las crisis que atravesamos. ¿Cómo es posible? Puede ser cierto porque nuestra identidad global (o transversal) aprovecha las crisis para profundizar en sus valores y darles más sentido, como vasos comunicantes, siendo uno de ellos el de nuestra esfera profesional, el otro el de nuestra dimensión personal. Cuando la dimensión profesional se ve amenazada, el líquido contenido en el jarrón -que corresponde a nuestro tiempo y energía- pasaría al dedicado a nuestra vida personal.
¿Cuáles son sus valores? ¿Hasta qué punto se desarrolla a pesar de las circunstancias?
No se te habrá escapado que muchas veces nuestro éxito profesional se ve favorecido por nuestro éxito personal ya sea psíquico, emocional, familiar, de amigos o de amantes. Esto funciona como un equipo de carreras de fórmula: el piloto no puede ignorar la gran contribución de su equipo técnico a su victoria.
Ahora es quizás el momento de fortalecerte en las dimensiones más íntimas de tu ser. Puede ser un buen ejercicio para aprender a controlar o explorar tus emociones, por ejemplo. Si inviertes tu tiempo, tu energía y a veces tu dinero en conocerte mejor, este conocimiento te servirá para el resto de tu vida y se reflejará en los diferentes aspectos de tu existencia.
Imagina que eres un atleta de élite que ya no puede competir. Sigue entrenando, desarrollando las diferentes dimensiones de tu ser que puedes seguir manteniendo despiertas aunque algunas sean más difíciles que otras (vida social, etc.). Para ayudarte también, imagina que eres Robinson Crusoe y que tienes recursos limitados para convertirte en la mejor versión de ti mismo. Afronta lo que tienes intentando ignorar tu comodidad a riesgo de caer en una forma de pasividad.
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