Según el diccionario Robert, ser auténtico significa “expresar una verdad profunda sobre uno mismo y no hábitos superficiales, convenciones”.
La autenticidad proviene de un viaje que hemos emprendido para profundizar en nuestro interior y encontrar quiénes somos. Es la proyección exterior de una búsqueda íntima que puede durar décadas. Es la expresión más pura de nuestro ser, libre de las identidades de fachada, de las imágenes que nos pegamos en la cara como vulgares etiquetas que nos sirven de escudo para protegernos mejor de los demás. La autenticidad implica valentía, el valor de sacar de la propia fuente, lo que puede llevarnos a descubrir algo que va en contra de las convenciones. Es más seguro y cómodo aceptar las identidades que se nos ofrecen, son tranquilizadoras y están listas para ser utilizadas. Es mucho más difícil llevar a cabo el proyecto de profundizar en el interior, porque encontrar el oro que hay dentro puede ser laborioso.
Para ir hacia la autenticidad, debemos rechazar todas las etiquetas que nos puedan poner en la cara. Debemos negarnos a aceptar como propias las identidades fácilmente accesibles. La seguridad y la autenticidad son dos valores incompatibles al principio de nuestra búsqueda. Al principio, no podemos tener seguridad si queremos conseguir extraer las joyas de nuestra fuente. Por otra parte, cuanto más avanzamos en la búsqueda de nosotros mismos, más nos protege nuestra autenticidad, ya que nos fortalece. La profundización del autoconocimiento va necesariamente acompañada de una mayor confianza y fuerza moral. Por el contrario, los que viven en identidades de fachada son muy susceptibles porque viven con miedo a ser desenmascarados.
Para ser auténticos, debemos aceptar la vulnerabilidad, porque es lo que nos permite seguir buscando. Alguien que viva con una armadura tendría que quitársela si quisiera saber quién es la persona del espejo.
El hecho de no haber emprendido una búsqueda de nosotros mismos nos condena a vivir en la ignorancia o en la hipocresía. La hipocresía proviene de saber en el fondo que estamos jugando a un juego, obedeciendo a las convenciones pero sin tener el valor de actuar en consecuencia.
El valor es otra faceta de la autenticidad, se influyen mutuamente. No se puede ser valiente sin ser auténtico. El valor implica la sinceridad, la preocupación por la verdad, la capacidad de cuestionarse a sí mismo y la voluntad de asumir retos a pesar del miedo inicial que uno pueda sentir. Todas estas cualidades favorecen el desarrollo de nuestra autenticidad. Así que la forma más directa de aumentar nuestra autenticidad es ser valientes al hacer cosas que nos impresionen, superar nuestro miedo, vivir con la vulnerabilidad como compañera, en forma de pureza. Es hacer de nuestro corazón el instrumento de nuestra conducta ética y dejar de refugiarnos en excusas para evitar lo desconocido.
Por todo ello, es difícil ser auténtico hoy en día, todo nos empuja a adoptar el disfraz de nuestros semejantes sin cuestionarlo.
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