En una sociedad de la abundancia, lo último a lo que tenemos acceso es a la gratitud. ¿Cómo podemos explicar esta paradoja? ¿Es el hecho de poseer lo que nos convierte en rehenes de nuestras propias posesiones? ¿O es que la ideología consumista es incompatible con la gratitud porque induce a una saciedad ingrata?
La gratitud es una cuestión central, ya que está íntimamente ligada a la felicidad. ¿Cómo podemos vivir de forma plena y realizada si no sentimos una forma de gratitud? Esta es la consecuencia o la causa del bienestar. ¿Cómo podemos entonces cultivar la gratitud en medio de la abundancia que nos empuja a querer más y más y nos impide detenernos a apreciar lo que ya tenemos?
La gratitud, más que un ingrediente de la felicidad, es sobre todo una virtud que nos protege de la alienación que provoca la posesión o incluso una forma de locura. Déjeme explicarle. La ausencia de gratitud implica una falta de desprendimiento entre nuestras posesiones y nosotros mismos. Una persona ingrata lo es sobre todo porque ya no distingue entre lo que es y las cosas que posee. Sus posesiones son una extensión directa de su identidad y es principalmente por esta razón que son incapaces de sentir gratitud; las dan por sentado.
Lo mismo ocurre con las relaciones humanas: la ingratitud se manifiesta a menudo porque damos por sentado al otro y ya no sentimos la necesidad de santificar una relación que se ha convertido en una extensión de nosotros mismos.
Por lo tanto, la ausencia de gratitud suele ser un signo de la falta de distancia entre el objeto de deseo y uno mismo. Esto conduce necesariamente a la alienación, que se refiere a “cualquier forma de esclavitud del ser humano debido a limitaciones externas (económicas, políticas, culturales, sociales) que conducen a la pérdida de sus facultades, de su libertad”. Una persona ingrata pierde su facultad de juicio porque está poseída porque posee.
La gratitud forma parte de la felicidad porque permite evitar la locura, que es por definición prohibitiva para mantener un estado de bienestar.
Por último, el consumismo contiene la intención subyacente de hacernos adherir a la idea de satisfacer el deseo de lo absoluto a través del consumo. Así, valores tan fuertes como la libertad, la perfección o la eternidad (a través del juvenilismo que promueve) nos empujan a comprar sin parar porque, por definición, no pueden ser satisfechos. La gratitud pone fin a esta loca carrera aceptando nuestra situación y buscando finalmente valores relativos como “un poco más de libertad”, “un poco más de satisfacción”, etc.
Para ser agradecidos, tenemos que adquirir el hábito de echar de menos. Si nunca te ha faltado nada, no podrás ver el valor de lo que tienes. Por lo tanto, debemos apreciar los periodos de escasez y carencia en general, pues es en estos momentos cuando podemos profundizar en el conocimiento de nuestro ser y dejar de vivir sólo en la ligereza y la superficialidad.
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