De ti depende encontrar esta aldea poblada por tu familia espiritual. Existe en algún lugar del cielo, en tu mente, en tus libros, en esos pocos amigos, esa familia, esa tribu que crees que nunca tuviste.
La Providencia te ha metido en un juego sin que lo sepas. Te ha dado dos familias: una de sangre y otra de corazón. El juego consiste en encontrar a tu familia del corazón, cuyos miembros están dispersos por todo el mundo e incluso más allá. Tienes el espacio de tu vida para recrear esta etérea villa familiar.
Sus miembros son proteicos: humanos, angelicales, librescos, oníricos, animales o incluso minerales o vegetales, etc. Depende de ti reconocerlos, por su vibración, el efecto que tienen en ti.
No sentirse solo implica ir más allá de las apariencias y aceptar en particular la presencia de entidades luminosas que sólo piden consolarte o ayudarte. La soledad no es el hecho de estar físicamente solo, sino de haber perdido la capacidad de reconocer la existencia de lo divino allí donde estés.
Para que esta familia espiritual nos vea, debemos dejar brillar nuestra luz natural y derribar los muros construidos por identidades engorrosas o por un ego sobredimensionado. Olvidemos de vez en cuando nuestra forma humana para visitar este pueblo encaramado en el aire cuyos habitantes sólo nos esperan.
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