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Los fracasos no son realmente fracasos, no son más que actos de ignorancia

Quienes ya no cometen errores son los sabios. ¿Y qué es un sabio, si no alguien que sabe? Lo que separa a la gente común de esas personas no es otra cosa que una cantidad de saber –a menudo vivida directamente a través de la experiencia–.

No hay que lamentar los fracasos, que no son más que la materialización de nuestra ignorancia

Uno puede reprocharse cometer errores, salvo si se da cuenta de que la mayoría de ellos son inevitables, ya que son imputables a la ignorancia de una o varias informaciones. Hay otros errores que son evitables en el sentido de que teníamos conocimiento de la información pero no la certeza de tener que aplicarla. Es, por lo tanto, a través del dolor, en esos casos, como hay que aprender. Esencialmente, hay tres maneras de aprender: por la reflexión, por los errores de los demás o por los propios errores. Alguien que tenga la capacidad de aprender mayoritariamente por la reflexión y por los errores de los demás tendrá una ventaja cierta sobre los otros. Eso explica en particular por qué es importante leer.

Volverse más sabio es, por lo tanto, cometer menos errores

La sociedad actual no admira necesariamente a las personas sabias, pues no está en el interés de las fuerzas del dinero que nos interesemos en ellas. Alguien que defiende la paz y la armonía no tiene mucho interés para quienes venden armas o golosinas. Estos dos productos están, en efecto, en el polo opuesto de una vida vivida bajo el prisma de la sabiduría. Los sabios predican la moderación y la cultura popular, los excesos. Es, en definitiva, lógico: solo en los excesos se concreta el consumismo. Y solo por los excesos se puede llegar a estropear la salud, para después depender de la industria farmacéutica, por ejemplo. La cultura popular es una distracción peligrosa, pues nos aleja del verdadero sentido de la vida y nos hace creer que una vida feliz es permanentemente inalcanzable, ya que la solución propuesta (carrera hedonista a través del consumo) no es duradera.

Para ser feliz, hay que empezar por darle la espalda a la cultura popular

La idea no es vivir totalmente desfasado de su tiempo. Es bueno comprender la época en la que vivimos para comprender a la gente, y eso pasa necesariamente por un descubrimiento de su cultura de masas. La idea es ser un simple observador, no una víctima de este sistema de distracción que nos empuja tanto al consumo como a la idolatría. Lo sublime está en otra parte, y es ahí donde hay que buscarlo. La felicidad solo es posible mediante la dilatación del alma. Es, por lo tanto, ante todo, la obra de un trabajo espiritual.

A medida que uno se vuelve menos ignorante, se vuelve más sabio, lo que nos empuja necesariamente a buscar la belleza en un ámbito que no está encarnado. Los buscadores espirituales son los primeros estetas, pero lo que buscan es etéreo. El arte, en su origen, no es más que la consecuencia de una belleza hallada desde un punto de vista etérico y que quiere materializarse en objeto.

La diferencia entre un hombre sabio y un hombre inteligente: el hombre inteligente sabe resolver un problema que el hombre sabio habrá sabido evitar

La gente inteligente es puesta en primer plano, pues son ellos quienes resuelven los problemas que a veces incluso contribuyeron a crear. ¿Qué pasa con aquellos que los evitan o que se organizan de manera que esos problemas no lleguen nunca a producirse? Muy a menudo no somos conscientes de su existencia. Quienes permiten evitar los peligros tienen más valor que quienes los combaten. Sin embargo, la sociedad tenderá a poner en primer plano a los segundos (bomberos, militares, etc.) en lugar de a los primeros (filósofos, espiritualistas, etc.). Del mismo modo, los primeros serán generalmente peor pagados que los segundos si pertenecen al mismo sector (cirujanos vs nutricionistas). Ser inteligente está bien, pero ser sabio es mejor. Todo depende del tipo de vida que desee llevar. Si piensa que la vida es más emocionante mediante la acción, hágase inteligente. Si, por el contrario, piensa que la vida es más interesante mediante la inacción aparente (wu wei), elija el camino de la sabiduría.

Afrontar o mitigar el riesgo

Las sociedades adoran a los héroes, es decir, a aquellos que arriesgan su vida para salvar a los demás. ¿Qué decir de quienes no arriesgan su vida pero salvan a los demás de todos modos? Pues bien, pasan casi desapercibidos.

La mitigación del riesgo consiste en limitar la manifestación de un acontecimiento. Por ejemplo, si desea disminuir la fricción con sus clientes cuando crea un negocio, sin duda es preferible reflexionar sobre una oportunidad en línea en lugar de en el mundo físico.

Multiplicar los fracasos dominando el riesgo

Un medio rápido de ganar competencia es lanzarse en cuerpo y alma a un proyecto. Un ejemplo característico es el emprendimiento, que en realidad solo se aprende mediante la experiencia. Puede leer cientos de libros, escuchar pódcasts sobre el tema, nada reemplaza la confrontación con lo real. Solo la práctica y los fracasos pueden verdaderamente enseñar un saber en profundidad. Por supuesto, es importante considerar las consecuencias de un fracaso, y en particular evaluar si este inducirá nuestra desaparición –ya sea física o económica– o, por el contrario, si podrá ser superado y convertirse, por lo tanto, en una fuente de sabiduría, conforme al adagio: «Lo que no me mata me hace más fuerte», en El crepúsculo de los ídolos (Nietzsche, 1888). Para saber si uno puede recuperarse de un fracaso, conviene hacer una tabla de dos columnas enumerando las ventajas e inconvenientes de su elección, aplicando un coeficiente a cada criterio en función de su importancia. El total de los puntos de cada columna para los diferentes criterios (auto-evaluación de cada criterio multiplicada por el coeficiente) podrá darle más certeza sobre su elección. Generalmente, si carece de experiencia, es bueno tener una mayor apetencia por el riesgo, puesto que no tiene mucho que perder, por así decirlo.

¿Qué riesgos puede asumir?

Los riesgos están ligados a los recursos de los que dispone: tiempo, dinero, energía / atención.

El tiempo

Una de las principales trampas es obstinarse en un camino que no es el suyo: es el tiempo que desperdicia ahí, y por lo tanto el coste de oportunidad ligado a otro camino que sería más adecuado para usted. El tiempo es un valor que se podría decir relativo, en el sentido de que puede “comprimirlo” aplicando más atención y energía. Una manera simple de decirlo es que, si hace algo que ama, tendrá la posibilidad de aumentar la energía y la atención durante la misma duración y así dar más valor a ese tiempo.

Está la famosa teoría de las 10 000 horas de práctica deliberada para alcanzar el nivel de maestro. Esta cifra es incompleta en el sentido de que hay que asociarla a 10 000 ensayos y errores para que tenga realmente sentido. Eso significa que el tiempo solo tiene verdadero valor si se lo asocia a un fracaso más o menos constante en su aprendizaje.

El dinero

Es un recurso que en realidad es el más fácil de gastar cuando nuestros ingresos están desacoplados de nuestro tiempo y de nuestra energía. El problema es que la mayoría de la gente gana su vida gastando su tiempo y su energía, y por eso les resulta costoso gastar su dinero. El dinero le permite probar cosas y tener un efecto de apalancamiento en un proyecto: cuanto más dinero vierta en él, más puede aumentar sus efectos. El dinero es esa moneda de un franco que usted mete en ese juego de arcade para ver hasta dónde puede llegar: es en sí la oportunidad de tentar la suerte. Pues a veces no es el tiempo o la energía lo que falta, sino solamente el dinero. El dinero puede verse unas veces como una barrera de entrada, otras veces como un billete para tentar la suerte (ejemplo: comprar un billete de avión para ir a hacer un retiro espiritual). Generalmente, diría que la falta de dinero no es un verdadero freno al desarrollo de la sabiduría y que a menudo incluso es su catalizador.

La energía / la atención

Vivimos en la era de la economía de la atención, lo que significa que esta tiene un valor cierto. Para sacar el mejor partido de este periodo, conviene asignar de la mejor manera posible esta facultad, con discernimiento e intención, de manera de hacer crecer nuestra sabiduría. Quien domina dónde pone su atención es el verdadero maestro de nuestra generación.

La memoria altera la percepción del pasado

A menudo nos gusta rememorar el pasado para desenterrar pepitas de sabiduría. La mayoría de las veces, hay más bien que mal en ello. La única dificultad es que nuestra memoria es maleable y tenderá a transformar la percepción real de nuestra experiencia. Muy a menudo, nuestra memoria se impregnará de amor y tenderemos a ver las cosas de una manera más edulcorada. No es malo en sí mismo, en el sentido de que el cerebro busca hacer las paces con el pasado y quiere, en cierto modo, convertirse en su amo y no en su esclavo. Es bueno tener siempre presente que la memoria generalmente embellece las cosas y que, por lo tanto, es necesario considerar este sesgo antes de tomar decisiones radicales que solo tengan en cuenta lo que nuestra memoria nos dicta.

Edward

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