La mayoría de la gente es perezosa o ignorante. No saben o no quieren hacer los esfuerzos necesarios para purificar su mente, su corazón y su alma.
La sociedad actual da demasiado valor a las apariencias. Esto nos empuja a buscar la mejora de nuestra dimensión física únicamente en detrimento de todas las demás.
Lo que no podemos ver o mostrar, tendemos a descuidarlo, por lo que preferimos centrarnos en lo superficial, descuidando así lo esencial.
Paralelamente, existe el culto al rendimiento, que puede adoptar la forma de excelencia deportiva o intelectual. En todos los casos, se suele descuidar el desarrollo del corazón, es decir, de la moral. Se nos ordena ser productivos y exitosos sin tener en cuenta el propósito que esta capacidad realmente sirve.
No podemos vivir indefinidamente en una representación teatral. Lo que somos, tarde o temprano, burbujeará como el manantial subterráneo que resurge bajo presión o calor insoportable. Simplemente no podemos aceptar vivir siempre con una máscara, todos tenemos una conciencia en lo más profundo de nosotros que busca la autenticidad.
Nuestro cuerpo físico es, en última instancia, sólo nuestra naturaleza más burda. Hay elementos mucho más refinados que nos constituyen. Nuestro ser consiste en una combinación simultánea de nuestro cuerpo, mente, emociones y alma. Cuando observamos las partes más sutiles de nuestro ser, descubrimos que son cada vez menos palpables.
Cuando morimos, un embalsamador puede encargarse de dejar nuestro cuerpo lo más presentable posible. Sin embargo, lo que somos se reduce ahora a lo intangible. Nuestro cuerpo es sólo la marca de nuestro paso por la tierra.
Los budistas meditan para limpiar sus pensamientos. Nos gusta limpiarnos los dientes todos los días, pero ¿cuál es el hábito que hemos desarrollado para aclarar nuestros pensamientos y evitar que nuestra mente divague?
Es nuestra responsabilidad ocuparnos de las ideas que pasan por nuestra mente cada día. No podemos controlar todo, sin embargo, son necesarios buenos hábitos para controlar nuestros pensamientos.
Aunque las emociones son, por supuesto, el resultado de reacciones químicas en la cabeza, el corazón es el representante simbólico. La paz del corazón viene de controlar nuestras pasiones tristes y de trabajar para mejorar nuestra moralidad.
Las prácticas espirituales están para limpiar los males del alma, y esto requiere trabajo, paciencia y constancia.
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