Según el Diccionario de Robert, la predestinación es una doctrina religiosa según la cual Dios destina a ciertas criaturas a la salvación por la mera fuerza de su gracia y condena a las demás (hagan lo que hagan) a la condenación. Esta creencia es compartida por varias denominaciones cristianas, especialmente la calvinista y la jansenista.
Estas sectas del protestantismo florecieron y echaron raíces al otro lado del Atlántico, donde contribuyeron en gran medida a conformar la mentalidad estadounidense. La predestinación implica una ausencia de control sobre la consecución de la propia salvación. Sin embargo, lo que sí podemos controlar son los signos externos de que Dios nos ha elegido. Esto explica por qué la riqueza y especialmente el trabajo son importantes en la ética protestante. El éxito material puede ser una señal entre otras de nuestra salvación.
La ideología de ganar/perder, sin ser religiosa, recoge esta idea. Además, esencializa al individuo: se nace ganador o perdedor, del mismo modo que Dios elige a unas personas sobre otras.
La predestinación está en el fondo, domina inconscientemente la sociedad americana y todas las sociedades en las que prevalece la cultura americana. En la panoplia del llamado “triunfador” están los atributos que se buscan para subir a lo más alto de la escala social: un espíritu competitivo, una cierta actitud dominante o incluso agresiva, una extroversión manifiesta, un espíritu de iniciativa, liderazgo, etc. Esta ideología impone una mentalidad de competencia, un espíritu de autodeterminación, un espíritu de liderazgo.
Esta ideología impone una mentalidad fija en contraposición a una mentalidad de crecimiento. Como esencializa a las personas, la predestinación desautoriza para siempre a un individuo, porque si no fue elegido, se unirá efectivamente a los condenados por la eternidad.
Esta lógica se encuentra también en la noción de ganador/perdedor, donde se tiene la impresión de que los individuos son irrecuperables a menos que muestren fuerza y, sobre todo, signos evidentes de pertenencia al grupo de los ganadores. Esta línea de razonamiento se utiliza con gran efecto en la narración de personas que han hecho fortuna a pesar de proceder de un entorno modesto. Al escucharlos, uno entiende que “era un perdedor, pero en realidad no lo era”, como si la semilla del ganador estuviera en ellos y el destino lo quisiera así. Podrían haber dicho también “fui condenado al infierno, pero en realidad era uno de los que irán al cielo, sólo que no lo sabía al principio”.
Finalmente, esto explica por qué la ideología de ganar/perder no se exporta tan fácilmente dependiendo de si nuestra sociedad de origen tiene o no un sustrato de creencias equivalente a la predestinación (que existe en otras formas en otras culturas, etc.).
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