La inteligencia artificial desafía a la inteligencia humana o llamada natural. La civilización se construye sobre la idea misma de inteligencia: lo que hemos podido construir a lo largo de los siglos ha sido la continuidad de la transmisión de la inteligencia a través del lenguaje, oral o escrito, de generación en generación. El antropocentrismo (la idea de que el mundo gira de algún modo en torno al hombre) se justifica en parte por la inteligencia superior de los humanos en el reino animal. Pero ¿qué ocurre hoy en día, cuando ciertas inteligencias artificiales (GPT 4 Chat) son por término medio más inteligentes que la mitad de la población de un país como Francia?
La capacidad cognitiva de la IA es exponencial. Los seres humanos, en cambio, se desarrollan de forma lineal e infinitesimal entre generaciones. Cuando hablamos de IA, hablamos sobre todo de inteligencia lógico-matemática, pero también de inteligencia lingüística (como demuestra el Chat GPT). Cuanto más tiempo pasa, más nos damos cuenta de que la IA incluye ahora la inteligencia emocional (interpersonal por el momento, quizá intrapersonal en el futuro) y la inteligencia visuoespacial (a la manera de Mid-Journey). Nos superan por todos los flancos, y esto no hará sino acentuarse con el paso del tiempo. La IA nos entiende mejor que nosotros mismos, y eso es lo más inquietante. Entonces, ¿cómo podemos seguir clasificando el mundo y sus criaturas según su inteligencia cuando el hombre ya no está en la cúspide de la pirámide?
Aunque muchos de nosotros nos definimos por nuestro trabajo y las exigencias intelectuales que plantea, esta identidad desaparecerá con el tiempo. Nos identificaremos cada vez menos con nuestras capacidades cognitivas a medida que las máquinas sean claramente superiores a nosotros. ¿Qué nos definirá entonces?
Me di cuenta de que no era tan inteligente como creía. Quizá sea ésa la característica de la estupidez: se ignora a sí misma. En su libro La guerre des intelligences, el doctor Laurent Alexandre señala que la mayoría de las desigualdades escolares son genéticas, contrariamente a lo que había dicho Bourdieu antes, aunque la estimulación ambiental puede ser favorable para los cerebros con neuroplasticidad demostrada. Las diferencias de CI son ante todo diferencias de neuroplasticidad. Estas mismas diferencias tienden -contraintuitivamente- a acentuarse con el tiempo: la estimulación intelectual que ofrece el paso del tiempo (viajes, trabajo, relaciones, etc.) no podrá anular las desigualdades genéticas de las que partimos. Edificante. Esta información puede explicar ciertas trayectorias. Aunque anecdótica y algo dolorosa para nuestro orgullo, la toma de conciencia de nuestra relativa estupidez se extenderá hasta hacerse colectiva. Seremos cada vez más estúpidos en comparación con las inteligencias artificiales, y la diferencia será cada vez más flagrante. Este dolor no sólo será narcisista, sino también existencial. Es esta misma supremacía intelectual la que justifica la explotación y el consumo sin escrúpulos de animales. Entonces, ¿cómo podemos garantizar nuestra supervivencia en un momento en que cohabitamos con sistemas mucho más inteligentes que el ser humano medio del planeta?
Como hemos visto, todas nuestras creencias anteriores sobre la inteligencia y sobre quiénes somos están siendo cuestionadas por la IA. Puede que no nos demos cuenta, pero ya hemos entrado en una era de transición. La competencia entre humanos y máquinas aún no ha cesado. Habrá nuevas formas de seguir siendo competitivos con la IA en términos de inteligencia, pero harán añicos tabúes: la eugenesia y el transhumanismo. La eugenesia fue unánime y rotundamente condenada tras los fascismos europeos y, sobre todo, alemán del siglo XX. El transhumanismo, por su parte, es relativamente nuevo y no ha sido objeto de experimentación masiva debido a la falta de experiencia en este campo. No obstante, sigue siendo un tema éticamente cuestionable porque difumina los límites de nuestra definición de humanidad. A modo de recordatorio, el objetivo del transhumanismo es aumentar las capacidades humanas, ya sean físicas o intelectuales, mediante el uso de la tecnología. En pocas palabras, es un movimiento intelectual a favor del advenimiento de hombres y mujeres ciborg.
En el pasado, el hombre se definía a sí mismo como un alma en un cuerpo dotado de inteligencia. Cuanto más tiempo pasaba, más descubríamos nuestra capacidad para modificar nuestro entorno (y aún más nuestra inteligencia), por lo que nos olvidamos un poco de nuestra dimensión espiritual. La IA nos obliga a definirnos como algo más que un ser dotado de razón; volvemos a ser un alma, donde la IA aún tiene que demostrar su valía.
El siglo XXI será espiritual o no será. André Malraux
Esta predicción tiene todas las posibilidades de resultar acertada. El mundo geopolítico actual ya nos está mostrando signos de esta profecía sin que la IA tenga la culpa. Una vez que la IA haya hecho su entrada masiva y profunda en nuestras vidas, lo espiritual seguirá siendo sin duda uno de los últimos bastiones del hombre, a menos que a su vez sea tomado por la IA, que se habrán convertido en diosas tan veneradas como las divinidades egipcias en tiempos de los faraones.
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