Cómo vivir bien cuando se está muriendo
Cada segundo que pasa nos acerca al inevitable desenlace de la muerte. Parece estar muy lejos, pero avanza rápidamente sin que seamos conscientes de ello. ¿Cómo podemos aprovechar cada momento para no sentir que estamos perdiendo el tiempo?
Para que el camino de la vida discurra sin problemas, debe estar pavimentado de felicidad. Un viaje nos parece largo porque no se vive bien, a veces aburrido y a veces doloroso. Lo mismo ocurre con la vida. No hemos decidido conscientemente la vida que queremos vivir. Es como si nos hubiéramos apuntado a una partida de póquer con cartas que nos han repartido y que tenemos que jugar a toda costa. Como no podemos abandonar la mesa, tenemos que hacer todo lo posible por ganarla.
Ser feliz es cuando ya no buscas serlo. El deseo es sintomático de lo que te falta. Si quieres estar caliente, es porque tienes frío. Tienes hambre porque tu estómago está vacío. Eres rico, en definitiva, cuando ya no corres detrás del dinero, aunque es cierto que la gente que se llama rica suele correr detrás del dinero. En resumen, la satisfacción es un ingrediente importante de la idea de riqueza. Por supuesto, no querer ser feliz no sucede de la noche a la mañana -no es lo mismo que no buscar por desesperación o incapacidad, hay que distinguir estas situaciones-.
Dependiendo de si eres de izquierdas o de derechas, tendrás generalmente una visión diferente de la vida. Las personas de izquierdas suelen considerar que en una sociedad no hay competencia entre los individuos, principalmente porque sitúan la igualdad por encima de todo. La gente de la derecha suele creer lo contrario. Tal vez la respuesta esté en algún punto intermedio. La vida es una mezcla de solidaridad (familiar, intergeneracional, etc.) y competencia. Estar demasiado polarizados en un lado nos haría frustrados e infelices porque nuestra visión del mundo estaría demasiado alejada de la realidad.
Si es difícil mantener siempre el rumbo debido a los altibajos diarios, es importante mantener cierta estabilidad a través de los hábitos que llevamos a cabo cada día. Independientemente de lo que nos depare el día, uno puede obtener satisfacción en cualquier momento si consigue llevar a cabo un determinado número de tareas sin que le molesten las interferencias que puedan producirse.
Lo que nos hace vivir es la cultura que nos lleva. Nos enriquece y puede servir como caja de herramientas en cualquier momento para que tengamos recursos para afrontar la adversidad. Cuando nos esforzamos por adquirir una buena cultura, ésta pasa a formar parte de nosotros, se convierte en una segunda naturaleza. Al final, nos convertimos en lo que leemos, lo que vemos, lo que escuchamos. Al nacer, somos una especie de cáscara vacía, frágil porque estamos vacíos. Al alimentarse del cultivo, el caparazón se llena y es así mucho más fuerte para resistir todo tipo de agresiones.
¿Cuántas veces hemos mirado a los demás por la envidia que puedan mostrarnos?
Probablemente miles de veces. Como buscamos validación y no tenemos una idea clara de la felicidad, intentamos encontrar una respuesta en el reflejo de nosotros mismos en los demás. Es más fácil vivir en la mentira de muchos que en la soledad de la verdad. Sin embargo, a largo plazo, definir los propios criterios de felicidad es una opción más viable que vagar constantemente como una veleta que se balancea con el viento cambiante.
El mundo nos juzga por nuestros resultados. Nos juzgamos a nosotros mismos por nuestras intenciones, pero en última instancia es nuestra propia conciencia la verdadera medida de nuestro valor. Esto no debe ser una excusa para no hacer nada, al contrario. Se trata de hacer lo que realmente es importante para nosotros y deshacernos del qué dirán. Dado que, en última instancia, somos nuestro verdadero juez, es mucho mejor analizar nuestras acciones por nuestras intenciones que por los resultados que obtenemos. En definitiva, actuar de la forma más desvinculada del resultado podría ser como tirar una botella al mar sin preocuparse de si alguien la encontrará y quién la encontrará.
Si descansar tu felicidad en cosas que no puedes controlar es arriesgado, tienes que redirigir tu foco de atención a cosas que sí están bajo tu control: tus esfuerzos y las cualidades de tu corazón. Ser más sabio cada día es un trabajo voluntario. Puedes perder toda tu riqueza de la noche a la mañana, pero lo que conoces y las cualidades de tu alma no pueden ser arrebatadas tan repentinamente. Sólo por tus buenas o malas acciones (por su intención) aumentarás o disminuirás este capital celestial. Tu carácter es tu tesoro y de ti depende conservarlo y hacerlo prosperar.
“Uno no puede estar sin miedo cuando inspira miedo”. Epicuro
Como corolario, uno no puede ser feliz si inspira maldad, terror o ira. La felicidad se encuentra en el espectro de la bondad, por muy ingenuo que te parezca. En realidad, es difícil mantener la verdadera bondad en un mundo hostil y agresivo. Los que lo consiguen han tenido que demostrar verdadero valor para conservar esa naturaleza que todos poseemos en última instancia al nacer. En esencia, ser bueno es reconectar con nuestra naturaleza infantil. Sólo entonces podremos experimentar la dulce y deliciosa felicidad. ¿Y una felicidad oscura y beligerante? ¿Es realmente la felicidad?
Seguir los caminos ya trazados por los grandes maestros espirituales puede ayudarnos a avanzar en la dirección correcta. Hay miles de personas iluminadas que nos han precedido, basta con leerlas o escuchar sus conferencias si están disponibles. Poner en práctica sus enseñanzas es la mejor manera de hacerlas propias. Además, no siempre es bueno seguir exactamente lo que se recomienda, también hay que seguir la propia intuición de vez en cuando, los grandes han hecho lo mismo. En esencia, los iluminados han conseguido superar a sus propios maestros siguiendo sus enseñanzas durante un tiempo mientras experimentaban por sí mismos las lecciones que su propia soledad les enseñaba.
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