Categories: espiritualidad

¿Estás seguro de que eres bueno para los demás?

Nuestra percepción del mundo es egocéntrica, lo que nos lleva a ver y amplificar los defectos de los demás mientras descuidamos o ignoramos los que nos conciernen. Este fenómeno es una de las principales causas de conflicto entre las personas. La falta de deseo de superación personal unida a las aspiraciones de cambio frente a los demás sólo puede crear tensiones. Una serpiente vive con su propio veneno y cuando muerde, lo esparce sobre su víctima. Probablemente ni siquiera es consciente de que lleva este líquido venenoso. A nosotros nos ocurre lo mismo: nuestra mirada, nuestras palabras, nuestra simple presencia pueden actuar como un mordisco aunque no tengamos la impresión de molestar.
Lo primero que hay que hacer es cuestionarnos a nosotros mismos, preguntándonos si lo que hacemos o decimos ayuda a las personas que encontramos en nuestro camino. ¿Aportamos luz a la vida cotidiana de los que nos rodean o somos la nube que oscurece sus cielos? Para averiguarlo, debemos hacer un esfuerzo de introspección y purificación. ¿Nuestra mente está turbada, tenemos preocupaciones que nos desordenan la cabeza? Si es así, es muy probable que los proyectemos en los demás hasta que hayamos resuelto este problema interior. Por lo tanto, podemos ser tóxicos para cualquiera si no estamos atentos.
La infelicidad con la que vivimos es lo primero que hay que combatir si queremos tener un efecto beneficioso para los demás. Difícilmente podemos hacer felices a los demás si nosotros mismos somos infelices: un vaso vacío no puede llenar otros vasos.

Es necesario un cierto grado de autocontrol e introspección para desarrollar la conciencia de nuestros defectos. Entonces, tenemos que luchar contra ellos tomando medidas para corregir nuestras faltas. Al hacer algo noble, borramos gradualmente nuestros defectos y cambiamos nuestro carácter. Por supuesto, para afrontar mejor este reto transformador, es aconsejable pedir ayuda a personas benévolas o energías celestiales. A través del contacto repetido con una forma de lo divino, ya sea encarnado en amistades o a través de la comunicación con la oración, podemos volver a conectar con las virtudes universales de las que todos somos semillas. De nosotros depende hacerlos germinar y mantener el flujo constante que los fortalece.

Edward

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