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Estar consigo mismo es estar con Dios primero

A veces nos dejamos arrastrar por un torbellino que nos empuja a dar sistemáticamente prioridad a los demás y a las cosas, hasta terminar olvidándonos de nosotros mismos. Cuando eso ocurre, suele presentarse un evento crítico que pone las cosas en orden: la crisis física o emocional que provoca nos obliga a reconsiderar nuestra manera de vivir.

Si te olvidas de ti, ¿quién pensará en ti?

El mundo exige tu tiempo, tu energía, tu atención, tu amor, tu inteligencia — en resumen, todo tu ser. Si la generosidad es una cualidad, se convierte en defecto cuando se transforma en prodigalidad. El límite entre ambas es a veces muy fino; por eso, es necesario tener un sistema que nos impida perdernos y que nos ayude a dejar de querer complacer siempre a los demás.

Un pecado que parece tan inofensivo, y aun así tan común

Una trampa en la que muchos hemos caído es querer agradar más a los demás que a nosotros mismos o a Dios. Este deseo de agradar puede provenir de una falta de amor sentida en la infancia. Tal vez no fuiste amado como merecías, o quizás el amor que recibías era condicionado. Por eso, nunca te sentiste seguro respecto al amor que recibirías o no. Esa incertidumbre creó en ti la necesidad constante de demostrar que merecías ser amado, y así comenzaste a hacer cada vez más esfuerzos para ganar la aprobación o la benevolencia de los demás.

Cómo saber si estamos rompiendo las leyes divinas

No tomarse tiempo para uno mismo equivale inevitablemente a descuidar a Dios. La conexión con Dios es una relación íntima que requiere tiempo y atención, como cualquier otra. La jerarquía natural y divina implica dedicarse primero a Dios, y después a las cosas más terrenales. El problema es que la vida cotidiana nos arrastra continuamente hacia lo material. La necesidad de trascendencia debería estructurar nuestro día de modo que permanezcamos siempre en una actitud espiritual.

Las crisis son oportunidades para quienes saben observar

Las crisis surgen porque no hemos sabido hacer las cosas correctamente durante mucho tiempo. Si vives descuidando un aspecto esencial de tu vida, es muy probable que la Providencia intervenga para restablecer el equilibrio. Al principio duele, sobre todo porque pensamos que no tuvimos nada que ver con lo que nos ocurre. Pero, con un poco de perspectiva, solemos darnos cuenta de que podríamos haber sido más atentos, y que aquella catástrofe podría haberse evitado si hubiéramos enfocado nuestra atención en otra parte. Cada crisis merece una reflexión personal: es un mensaje del Divino que nos indica que algo debe cambiar.

Trabajar todo el tiempo es un pecado en sí mismo

Si tu atención, tu tiempo y tu energía están dirigidos constantemente hacia algo que te aleja de Dios, se puede decir que vives en pecado. Estar en armonía con Dios implica dedicarle tiempo.

La importancia de reducir el ritmo — e incluso de no hacer nada

Una forma de acercarse a Dios es desacelerar y recuperar tus recursos cognitivos, tu corazón y tu alma. Un signo de que haces demasiado es cuando sientes que tu atención ya no te pertenece. Tener control sobre tu atención, tu tiempo y tu energía es esencial para reconectarte con Dios.

“No hacer nada” no existe realmente cuando se lleva una vida activa: los periodos de aparente ocio son en realidad momentos de recuperación, de sueño, de descanso — y por tanto esenciales para una vida feliz. Solo cuando la ociosidad se convierte en modo de vida por defecto se vuelve perjudicial.

Los excesos que te pierden

Demasiado esfuerzo físico

Una sociedad basada en el rendimiento genera la necesidad de ser fuerte y bello para ser amado o deseado. Esto explica por qué multitudes acuden a los gimnasios y pasan allí tanto tiempo, aunque hace apenas unas décadas —quizás treinta años— la apariencia física no era tan importante en las relaciones humanas. Había más tolerancia hacia quienes “no encajaban en la norma”, aunque los derechos humanos no fueran los mismos que hoy.

Demasiada implicación en el trabajo

El trabajo es una quimera. Al final de tu vida, te darás cuenta de que le dedicaste demasiado tiempo. El trabajo aporta confort social, pero rara vez deja legado. Todo lo que fuiste en tu empleo será generalmente olvidado, y comprenderás que lo verdaderamente importante ocurría fuera de él: tu familia, tu creación, tu espiritualidad.

Existen dos muertes: la que coincide con tu último suspiro, y la que ocurre cuando muere la última persona que te recuerda. Procura retrasar esa segunda muerte — lo cual implica dedicarte a los demás y a las cosas que realmente tienen sentido.

Demasiado tiempo despierto

Dormir no es un lujo. Es, de hecho, una de las actividades más esenciales para una vida sana. Sin embargo, la era actual, ultra productivista, tiende a despreciar el descanso porque parece improductivo. Lo que se olvida con frecuencia es que el propósito de la vida no es producir —lo que nos convertiría en máquinas—, sino vivir felices. Ciertamente, el dinero es necesario para vivir bien, pero no debemos confundir el medio con el fin. Para recuperar el control de uno mismo, es necesario reapropiarse del derecho al descanso.

Decidir ahora cambiar algo en tu vida

Si los acontecimientos del pasado aún te atormentan, probablemente sea porque aún no has aprendido su lección. Como dice el refrán: o se gana, o se aprende. En realidad, siempre se gana. Sentirse derrotado solo ocurre cuando la derrota no deja aprendizaje; por eso, te corresponde reflexionar sobre tus fracasos para extraer de ellos sabiduría y transformarlos en victorias.

Decidir no hacer algo es a veces más importante que decidir hacer algo

Lo que importa en la vida es ir a lo esencial. Muy a menudo, nos cargamos de obligaciones bajo la presión social, el mimetismo o el deseo de pertenecer a un grupo. Con los años, comprendemos que muchas decisiones tomadas en la juventud eran en realidad fútiles y solo nos alejaban de lo esencial.

La importancia de eliminar cada día

El arte de abstenerse de hacer algo se relaciona con la idea de eliminar a diario. Cuando decides conscientemente hacer menos cosas perjudiciales y tener menos cosas malas, te sientes naturalmente mejor.

Cada crisis debería revelar tu antifragilidad

Lo que realmente importa es la antifragilidad, es decir, la capacidad de mejorar después de cada desafío o crisis. Esto implica humildad, sabiduría y determinación. Ser más fuerte tras cada dificultad demuestra inteligencia y una capacidad de nutrirse de distintos campos: espiritualidad, filosofía, antropología, historia, etc. Todas estas disciplinas ofrecen puntos de comparación que ayudan a ver la antifragilidad donde otros solo ven sufrimiento.

Coleccionar conceptos mentales de diferentes ámbitos es lo que permite volverse más sabio — sinónimo de antifragilidad.

Edward

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