El momento de la epifanía no es lo que piensas
A veces, sólo en el fondo del agujero empezamos a ver la luz y a entender lo que nos pasa. Todos buscamos un momento de epifanía, es decir, el momento que revela el sentido oculto de la existencia cuando todo parece oscuro, opaco o confuso. Hay muy pocos momentos “Eureka” verdaderos en la vida. Lo que puede ocurrir es que esta confusión y este caos generen tanto dolor que acabemos poniendo todos los recursos que podamos para intentar combatir el problema.
Nuestra aversión natural al dolor puede ser nuestro principal motivo de fracaso. El dolor de ver lo que hay dentro de nosotros, de cuestionarnos, de buscar lo que hay detrás de las partes más íntimas y a veces más oscuras de nuestra existencia puede ser desalentador. Sin embargo, sin este trabajo, no hay cambio y, por tanto, no hay progreso posible.
El dolor es una señal, un indicador que puede ser el mayor motivador para resolver un problema. Sin mucho dolor, a veces no hay voluntad de actuar. Por tanto, el dolor puede ser un aliado. Sin embargo, no debe aplastarnos como un árbol que se dobla bajo una masa de nieve. Hay que interiorizar el dolor para entenderlo, luego hay que saber poner distancia para actuar. Puede adoptar muchas formas: vergüenza, pena, decepción, frustración, etc. No importa el cóctel de emociones que contenga, debes aceptarlo y utilizarlo como apoyo para luchar contra tus miedos.
Imagina que eres un hoplita en un ejército espartano. Estás en primera línea, frente a ti se encuentra una formación enemiga dispar que debes enfrentar. Justo detrás de ti, sientes una segunda fila de hoplitas que te apoyan y protegen tus flancos, pero que no te dejan otra opción que luchar con fuerza para ganar la batalla. Tu dolor es esta segunda fila de guerreros cuya presión sientes en tu espalda obligándote a atacar al oponente que son los desafíos de la vida.
Sin esta segunda línea, podrías tener la tentación de desertar de este campo de batalla o luchar de forma casual. Esta segunda línea te dejará en paz sólo cuando hayas vencido al enemigo, es decir, superado estas pruebas con diligencia y tenacidad.
Esto explica por qué no debemos lamentarnos por soportar momentos dolorosos: puede ser nuestra principal fuente de motivación. Sin mucho dolor, podríamos contentarnos con un estado vegetativo en el que la relativa comodidad nos lleva a aceptar el statu quo y, por tanto, a no querer retomar las riendas de nuestras vidas.
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