Todos queremos tener niños pequeños, así como queremos cosechar nuestras fresas a principios de año. Sin embargo, un padre no es un entrenador de animales, es ante todo un jardinero. El valor de una educación sólo es bueno en la medida en que se ha logrado recrear un ambiente propicio para el “crecimiento” adecuado de los niños. Los niños pueden no nacer en las coles, pero crecen como ellas.
Así como la planta no necesita que crezcas, el niño crece por sí mismo, es la lógica de la vida, un proceso que no puede ser controlado, es la genética la que está en juego. Sin embargo, al igual que el jardinero, puede controlar el entorno favorable que le permite crecer en buenas condiciones. Una planta necesita agua, oxígeno, buena tierra y sol para funcionar de manera óptima. Puedes ayudar con cada uno de estos parámetros. No puedes convertirte en sol, pero puedes asegurarte de que arraigas tus plantas en los lugares donde el sol es más favorable. Un individuo necesita amor, seguridad, comida, una vida social equilibrada (familia, amigos, etc.) y muchas otras cosas.
Como padre, tienes control sobre lo que rodea a tu descendencia, nada más. Ciertamente puedes forzarlo, pero esto evitará que crezca a la manera de los bonsáis que permanecen enanos toda su vida.
Una planta necesita agua pero no demasiado, un jardinero puede arreglárselas con media regadera para compensar el clima. Asimismo, un niño necesita consuelo y atención, pero en buena medida, con el riesgo de ahogarse en una comodidad que le impida valerse por sí mismo.
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