Nuestra vida es como una casa en construcción. A veces es la fontanería, a veces los cimientos, a veces el cableado y el aislamiento. Como estamos en construcción y, por tanto, inacabados, tenemos la sensación de vivir en el caos. Sin embargo, si tomamos las cosas en un cierto orden, podemos encontrar cierta coherencia e incluso armonía. No podemos estar verdaderamente equilibrados en todos los aspectos de nuestra vida al mismo tiempo. Sin embargo, a lo largo de un periodo de tiempo más largo podemos lograr el equilibrio en todas las dimensiones de la vida, al menos si somos cuidadosos (cf. Las estaciones de la vida).
El hábito corresponde a cada obra de nuestra casa. Si empiezo por los cimientos y me concentro sólo en eso, al cabo de un tiempo habré terminado esa parte y podré seguir adelante. Lo mismo ocurre con los hábitos. Si los hacemos con diligencia e intensidad durante un periodo de tiempo suficientemente largo, los habremos adquirido. Así se convertirán en parte de nosotros y podremos pasar a otras cosas más adelante.
Cuanto más tiempo pase, más habremos desarrollado una disciplina que se expresará en los diferentes aspectos de nuestra vida.
Al final, cuanto más envejecemos, más elaborada y completa es nuestra casa, aunque pueda estar un poco anticuada. Por eso es aconsejable hacer un mantenimiento periódico, es decir, reevaluar y corregir las distintas dimensiones para no caer en la ruina por negligencia.
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