Una de las causas recurrentes de la infelicidad suele ser la tendencia que tenemos a compararnos con los demás. Cuando estamos insatisfechos, buscamos fuera razones para sentirnos mejor, simplemente observando a la gente en situaciones peores, nos sentimos inmediatamente mejor. Al final, esta actitud equivale a alegrarse de la desgracia ajena, y explica el éxito de ciertos reality shows que presentan a individuos algo grotescos, incluso groseros, y ciertamente inmaduros.
El hecho es que la comparación, cuando no se hace con personas más miserables que nosotros, nos hace inmediatamente más inseguros e incluso ansiosos en algunos casos. Compararnos es como clasificarnos en una carrera y es un juego en el que nos arriesgamos a vernos más miserables de lo que realmente somos. La comparación es un arma de doble filo, a veces nos tranquiliza, a veces nos deja fuera de combate.
La comparación no es mala en sí misma, sino que es sintomática de un problema más profundo. En última instancia, revela nuestra falta de fundamento en cuanto a nuestros valores. Si estás seguro de los valores que tienes, no sentirás la necesidad de compararte con los demás. Los valores actúan como un punto de referencia con el que debes juzgarte a ti mismo. No necesitas que otros te digan si vas en la dirección correcta, sólo necesitas meditar y poner en perspectiva tus elecciones y acciones en relación con los valores que dices tener.
En primer lugar, cuando se es joven e inexperto, sí que es conveniente seguir un camino ya trazado. En este caso, también es necesario compararse de alguna manera, ya que es una forma de aprender nuevas habilidades y conocimientos. Compararse, en este caso, significa encontrar inspiración en los que destacan en un campo. Por tanto, la comparación puede actuar como catalizador en nuestro aprendizaje.
Una forma de evitar la comparación suele ser convertirse en el mejor en un campo determinado. Como no puede compararse directamente con la gente de su campo, busca la inspiración en otra parte, en diferentes actividades. No es raro que el genio creativo de un pintor se sienta atraído por la belleza de la naturaleza o por el talento de otro artista (escultor, orfebre, etc.).
En lugar de sentir celos o envidia de las personas que destacan en un campo, es mucho mejor darles las gracias, sobre todo porque pueden servirte de inspiración. Cuando envidias a alguien, acabas adoptando la actitud de quien no se cree capaz de hacer las mismas cosas. Por otro lado, si muestras alguna forma de gratitud hacia esa persona con talento, es más probable que asimiles las cualidades que observas.
La comparación suele provocar una sensación de placer inmediato procedente del neurotransmisor dopamina. Este sentimiento puede volverse adictivo, de modo que uno sólo busca sentir esa superioridad sobre los demás a los que domina. Esta estrategia no es sostenible a largo plazo, ya que es insaciable. Creo que es mucho más eficaz basar tu equilibrio mental en algo estable, es decir, encontrar la alegría en la realización de los valores que dices tener.
Viajando, te darás cuenta de que lo que más importa en otros países no es aquello en lo que te centraste en tu país de origen. Viajar te permite aprender de nuevos modelos de vida que te sirven para emanciparte de ciertas ataduras de las que quizás no eras consciente. Viajar desafía tus certezas y, a veces, incluso pueden hacerse añicos.
Esto no es en absoluto una revelación, pero es bueno que nos recuerden algunas cosas. La lectura te permite descubrir la vida de las personas que te han precedido. Es un poco como viajar, salvo que se viaja en el tiempo. Cuanto más lees, más le das a tu cerebro ciertas impresiones, imágenes a las que puede recurrir. Entonces recreará su propia composición, conscientemente o no. Al leer, te darás nuevos modelos y te liberarás de las barreras del tiempo.
Por último, una vez que has aprendido de los demás y has creado tu propia imagen de tu futuro yo, sólo te queda seguir el camino que te has marcado. De este modo, te ahorras las interminables comparaciones.
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