Es fácil enfadarse. Cuando alguien es malo con nosotros, se vuelve casi natural ser malo con ellos. Sin embargo, el camino de la venganza no suele ser el mejor porque sólo hará crecer en el corazón de los demás la amargura que no has conseguido transformar. Entonces te convertirás en la persona que empezaste a odiar. Para poner fin a este ciclo infernal, hay que cambiar la forma de mirar a los demás, y tratar de ver más allá de las apariencias, que a menudo son engañosas. Si estás enfadado, contagiarás la ira, así que ¿por qué no contagiar la alegría y la armonía si quieres cosecharlas a su vez?
Esencialmente, esta paciencia para buscar cualidades en el corazón de los demás se llama fe. La fe en la bondad y en que ésta se manifiesta de alguna manera en el corazón humano. Si no amas, no emprenderás este esfuerzo, que a veces puede parecer largo y doloroso. Sin embargo, es como buscar oro: para encontrarlo, hay que rebuscar entre kilos y kilos de barro. Para transformar y mejorar a los demás, debes convertirte en un buscador de oro del alma. Hay que ir más allá de las apariencias y las decepciones. Habrá días en los que sentirás que has trabajado para nada, te irás a casa con las manos vacías. Hay otros días, por el contrario, en los que no tendrás que buscar mucho para encontrar una pepita, es decir, esa luz en el alma. Para encontrarlo, hay que buscar. Pero la mayoría de las personas se lamentan de no encontrar cuando han dejado de buscar.
Muchas personas se quejan de la oscuridad sin encender su propia vela. Para ver lo bello, debemos ser capaces de iluminar a los demás con un poco del brillo de nuestra propia alma: es con nuestra propia luz que podemos ver la luz de las personas que nos rodean. Si caminas en la oscuridad, es normal que tropieces o te des un golpe. Si te abres paso a tientas, tu mente imaginará muecas, fealdad, porque la oscuridad hace crecer nuestro miedo y el miedo hace que las cosas sean feas. Para ver con claridad, debemos iluminar con una luz llamada amor.
Sí, lo sé, es más fácil escribir que hacer. Tu ego es una capa de separación entre tú y el mundo, distorsiona quién eres realmente y a menudo es una máscara de ignorancia. Si te insultan, puedes dejar que tu ego se desborde por un momento, pero trata de dejarlo de lado porque no podrás trabajar tu paciencia ni tu fe. Necesitas la dificultad para poner a prueba y fortalecer tu amor, como el amor que se lanza al viento. Es insertando un poco de amor como se puede resolver un problema. Amar permite comprender, empatizar y finalmente ganar altura. Al amar, te colocas como padre o madre. Cuando dos niños se pelean, ¿querrá un padre meterse en la discusión? No, los separará y ofrecerá amor a ambos niños para que se calmen.
Cuando eres joven, tu belleza te la da Dios. Cuando eres viejo, tu belleza es el resultado de la vida que has llevado. Los pensamientos influyen en tu apariencia como la cola de la serpiente sigue a tu cabeza. Cuanto más envejezcas, más te parecerás a tus pensamientos. No podrás ocultar tu verdadera naturaleza, será visible como un libro abierto en tu rostro.
Por lo tanto, eres responsable de tu belleza a lo largo de tu vida. Algunas personas son más mimadas que otras al nacer, pero el tiempo generalmente hace bien su trabajo y finalmente tenemos la cara que nos merecemos. La virtud te hace bella, el vicio te hace fea. Es tan sencillo como eso. No es necesario buscar el mediodía a las dos, uno se convierte en lo que piensa. Si te comportas mal, tu juventud sólo podrá ocultar tu verdadera naturaleza durante un tiempo, por lo que es preferible tomar las decisiones correctas cuanto antes para brillar durante toda la vida.
Los viajes solían estar reservados a una élite. Sólo la nobleza europea podía permitirse el lujo del Grand Tour (que dio nombre al turismo), un viaje a tierras mediterráneas (especialmente Italia y Grecia) repletas de antiguos tesoros patrimoniales. Hoy en día, puedes permitirte un viaje fabuloso. ¿Qué explica este deseo irresistible de partir hacia lo desconocido?
Si trasladas una planta a un nuevo lugar, tendrá que desarrollar sus nuevas cualidades para adaptarse a un entorno diferente. Las diferentes exposiciones al sol o los cambios en los niveles de humedad pueden suponer una carga. Sin embargo, este cambio puede hacerla más resistente y adaptable a futuros cambios. Lo mismo ocurre con los humanos, cuando viajan, deben aprender a adaptarse y desarrollar su fuerza. Esta situación crea el necesario encuentro con uno mismo. Es en la dificultad donde tomamos conciencia de nuestro verdadero valor y ponemos a prueba nuestros límites.
Gracias a los encuentros con otras tribus, nuestros lejanos antepasados pudieron protegerse de la endogamia. Al encarnar el espíritu de aventura, los homínidos también fueron capaces de descubrir nuevas plantas y animales para cazar. Por supuesto, esta curiosidad nunca ha estado exenta de decepción. Siempre ha habido gente que ha perecido por ser demasiado aventurera, pero los que han prosperado han sido los que tenían este espíritu de iniciativa. Las personas que se han aislado demasiado corren a menudo el riesgo de ser superadas tecnológicamente, de modo que acaban siendo subyugadas por los demás.
La serendipia, como se llama, siempre ha sido un catalizador de la evolución. Es un ingrediente que hay que dosificar como las especias de un plato, o de lo contrario puedes sufrir las consecuencias de ser demasiado atrevido y acabar comido por un león o envenenado por una planta silvestre. No siempre es fácil colocar el cursor en el lugar correcto. La supervivencia y el descubrimiento deben adaptarse a cada individuo y a cada contexto.
En esencia, viajar forma parte de esta tradición antropológica de salir a buscar lo que no se tiene en casa para poder prosperar y salir fortalecido.
Cuando se viaja, se recogen ideas, formas de pensar, conceptos artísticos y muchas otras cosas. No viajar es privarse de un tesoro que está al alcance de cualquiera que se tome la molestia de salir de casa.
A menudo buscamos en medio mundo lo que puede estar a la vuelta de la esquina. Un país ideal es un lugar con amigos, con gente que valoras y que te llena de alegría. Por supuesto, cuando viajamos, queremos admirar hermosos paisajes, pero lo que nos hace asentarnos es más la química que creamos con la gente. Al igual que la falta de calor humano es lo que a menudo nos empuja a estar inquietos.
Por eso, marcharse no lo resuelve todo, pero aporta un elemento de respuesta al problema. Uno puede tomar conciencia de la calidad de las personas que ha dejado o, por el contrario, relativizar su verdadero valor. Querer irse es ir en busca de la propia tribu de adopción. Uno no elige a su familia, pero puede decidir recrear otra tribu formada por amigos a los que desea ayudar y cuya presencia aprecia, ya sea virtual o real.
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