Una determinada cultura se ha impuesto sobre nosotros. Nos llega de las películas, las series y los personajes carismáticos que representan. Esta llamada cultura popular de masas nos ha hecho adoptar códigos procedentes de otro mundo y, sobre todo, nos ha incitado a imitar a estos personajes llenos de aplomo, de forma consciente o no.
Este cambio está tomando la apariencia por la sustancia. Mostrar confianza se convierte en el imperativo mismo de una personalidad dominante y ambiciosa. Este fenómeno se da sobre todo entre los jóvenes licenciados de determinados campos de estudio. Soñando con ser líderes, estos nuevos esbirros del mercado laboral adoptan posturas que sugieren que serán los próximos generales de un ejército empresarial. Estos comportamientos parecen tanto más ridículos cuanto que contrastan con la calma y la serena confianza que muestran los directivos más experimentados.
La autoconfianza que caracteriza a algunos trabajos puede ser un signo de algún tipo de mecanismo de compensación. Un trabajo puede ser una combinación de conocimientos, habilidades y actitudes. Sin embargo, en algunos casos, los conocimientos y habilidades mínimos requeridos son muy limitados. Esto implica una hipertrofia de las habilidades blandas. En resumen, en algunas profesiones, lo que marca la diferencia entre los compañeros es sobre todo la labia o la energía. En estos casos, la confianza aparente en uno mismo desempeña un papel fundamental, ya que es el factor de diferenciación más evidente, sobre todo con los clientes o prospectos. Me gusta pensar que todas las profesiones requieren una mezcla inteligente de estos tres ingredientes (conocimientos, saber hacer y habilidades interpersonales) y que sólo por pereza algunas personas se centran sólo en las habilidades interpersonales como estrategia profesional.
La confianza en uno mismo es importante para alcanzar los objetivos. Sin embargo, debe basarse en la experiencia y en la competencia real si no quiere sonar a hueco. La gente rara vez se deja engañar. Existe, por supuesto, la cultura de masas que valora la extroversión y la confianza. Sin embargo, tiene sus límites en una sociedad en la que la competencia prima sobre la elocuencia, la acción sobre las palabras, el ser sobre la apariencia y, por último, la sustancia sobre la apariencia.
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