Lo que distingue a un experto de un principiante es el número y el alcance de los logros en un campo. Un maestro de una disciplina ya no tiene ningún objetivo real en sí mismo, salvo seguir viviendo y “respirando” su arte. Su práctica deliberada le ha permitido hacer inconscientes todas las habilidades asociadas a su disciplina. Su transformación se ha producido a lo largo del tiempo de tal manera que su arte se ha convertido en una segunda naturaleza. Para llegar a este nivel hay que disfrutar del proceso de adquisición, lo que puede hacerse mediante una especie de gamificación, de la que la fijación de objetivos es la manifestación más común.
Te pones metas, no porque alcanzarlas sea el objetivo final, sino porque tendrás que convertirte en una persona especial para poder alcanzarlas.
Veamos tres ideas importantes sobre los objetivos:
Hay dos tipos de objetivos: los que tienen una manifestación material y tangible (visible para todos) y los que se consiguen de forma íntima y que la mayoría de las veces pasan desapercibidos para los ojos inexpertos
La consecución de un objetivo íntimo va inevitablemente acompañada de la materialización de objetivos tangibles a medio o largo plazo (efectos colaterales de tipo 1)
La materialización de un objetivo tangible en una categoría suele ir acompañada de un efecto multiplicador (efectos colaterales de tipo 2)
Estos corresponden a objetivos morales o espirituales. Se llaman íntimas porque se trabajan en el corazón y la mente y no tienen una forma tangible inmediata. Las transformaciones íntimas son lentas porque corresponden a cosas profundas. Por lo tanto, implican un trabajo a lo largo del tiempo. Los objetivos íntimos son más vagos; pueden corresponder a valores que queremos desarrollar, a ideas que queremos encarnar. Tanto si se trata de virtudes como de conceptos espirituales, implican sin embargo acciones concretas, ya sea en forma de hábitos o de tareas puntuales.
Estos son los objetivos más populares porque son los más visibles. Pueden definirse de forma concreta o en cifras. Pueden ser una suma de dinero, un objeto deseado, un viaje que quieres hacer o un estilo de vida que quieres conseguir.
Si cultivas los valores en profundidad, tarde o temprano tendrán una materialización concreta. Es como la semilla de una planta que se riega regularmente, después de un tiempo brotará y tomará forma. Dado que los efectos colaterales llevan tiempo, no es raro que la gente abandone por el camino. Por eso es más que necesario desarrollar la paciencia para recoger los frutos del trabajo como el mango maduro cae del árbol. Cuando has trabajado lo suficiente en ti mismo, has desarrollado tu nivel de conciencia. Esto va necesariamente acompañado en el tiempo de logros tangibles acordes con su nivel. En esencia, no hay objetivos tangibles en la realidad, ya que éstos son sólo la consecuencia de un objetivo intangible. Utilizamos objetivos tangibles porque no nos preguntamos lo suficiente sobre nuestros valores y es más fácil definir lo que queremos tener que lo que queremos ser.
Las cualidades que desarrollas te acompañan allá donde vayas
La ventaja de tener objetivos íntimos es que, una vez conseguidos, te acompañan allá donde vayas.
Aunque los objetivos tangibles son sólo objetivos de menor nivel que los objetivos íntimos, siguen dándonos sentido allí donde podemos ver confusión en algunos momentos de nuestra vida. También pueden tener el efecto perverso de tranquilizarnos y evadir las cuestiones más profundas de la vida. Por ejemplo, fijarse el objetivo de llegar a ser famoso nos impide hacernos verdaderas preguntas sobre el sentido de la vida. Mientras tengamos un trapo ondeando sobre nuestras cabezas, seguiremos corriendo como galgos excitados persiguiendo un señuelo, olvidando lo absurdo de tal carrera y la facticidad de la presa. Como no es fácil hacerse preguntas profundas, podemos conformarnos con tener objetivos tangibles sin dejar de lado la necesidad de hacernos preguntas íntimas más adelante.
La competencia es estimulante, nos permite progresar utilizando los deseos narcisistas: es porque queremos amarnos a nosotros mismos que inventamos búsquedas para perseguir. Cada reto asumido constituye otras tantas razones para amarse a sí mismo. Aunque estos retos puedan parecer ilusorios, no dejan de racionalizar nuestra autoestima.
Esta es otra expresión de la frase “No hay amor, sólo pruebas de amor”.
Por lo tanto, a menudo es debido a la falta de autoestima que emprendemos proyectos audaces, que en sí mismos nos ofrecen la posibilidad de mejorarnos, lo que en sí mismo constituye un motivo válido de autoestima.
Sin embargo, si no se reflexiona profundamente sobre los objetivos interiores, se puede caer en la trampa de luchar siempre por objetivos tangibles sin encontrar nunca la serenidad de forma sostenible. Un logro tangible lleva a otro, y al final uno lleva una existencia que es una huida del yo.
Encontrar la serenidad implica decidirse a recurrir al desarrollo de nuestras cualidades interiores. Para evitar esta “corta e infernal persecución”, es bueno sentarse y preguntarse por el sentido de la vida. Este es un paso necesario si realmente queremos encontrar un camino de vida que sea coherente y deje de ser una especie de frenesí permanente que esconde mal una forma de absurdo o de vacío.
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