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Dos maneras de actuar: para el presente o la eternidad

Nuestro paso por la tierra es breve. Si lo miramos de cerca, nuestra existencia pasa rápidamente, y parece ser solo un instante en la larga cronología desde el amanecer de la vida. Como seres tanto orgánicos como espirituales, estamos desgarrados entre deseos completamente contradictorios. Oscilamos entre el impulso de mantenernos vivos y el deseo de tocar la eternidad. En esencia, fácilmente podríamos definirnos como seres híbridos cuya principal fuente de sufrimiento proviene de hacer malabares entre deseos prosaicos y la búsqueda de trascendencia. Entre sobrevivir y perpetuar nuestros genes, y el deseo de alcanzar las cimas del cosmos mientras permanecemos para siempre en los corazones de millones.

El placer es la síntesis de nuestra identidad orgánica

Como todos los demás seres basados en carbono, necesitamos mantener nuestros cuerpos vivos mientras sentimos la necesidad de pasar nuestro patrimonio genético a la próxima generación. Esta noción se manifiesta en placeres que materializan nuestra conexión con el mundo viviente: hambre, sed, la necesidad de dormir, instinto sexual, etc. Estos pensamientos y la búsqueda de placer ocupan una parte significativa de nuestro día a día. Además, un elemento cultural puede resumir esta búsqueda indirecta de placeres: el dinero. De hecho, el dinero se busca a menudo porque aumenta nuestra capacidad de obtener placer. El mundo moderno está firmemente arraigado en la dimensión orgánica de la vida humana, ya que el dinero desempeña un papel prominente. Como tal, aunque la búsqueda de dinero a menudo se critica por ser contraria a la vida espiritual, es precisamente debido a los placeres sensoriales que induce. Por supuesto, tener más dinero puede tener un impacto espiritual en el mundo, lo cual es cierto solo si uno está firmemente arraigado en la espiritualidad; de lo contrario, nuestra búsqueda de dinero se reduce a menudo a satisfacer deseos prosaicos e igualmente efímeros.

Nuestra dimensión espiritual

La búsqueda espiritual no está exenta de placer; de hecho, es todo lo contrario, sin embargo, estos placeres son de otra naturaleza. No dependen del cuerpo sino de una entidad inmaterial: el alma. Crecer espiritualmente significa ser más conscientes de nuestra dimensión inmaterial y permanente. Estar demasiado atrapados en el mundo de los sentidos nos impide darnos cuenta de las dimensiones más sutiles de nuestra existencia. Esto explica por qué es necesario contener nuestros sentidos para permitir que nuestra alma se exprese o se manifieste. Lo eterno y constante es lo que parece caracterizarla más. Por lo tanto, el alma se siente naturalmente atraída hacia cosas diferentes.

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Edward

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