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¿Cómo elevar tu energía cada día?

Lo que nos impide ser felices es sentirnos víctimas de nuestro entorno e interpretar los altibajos de la vida cotidiana como obstáculos para nuestro bienestar o nuestra felicidad. En sí, esta perspectiva es bastante reactiva: respondemos positiva o negativamente a lo que vivimos a diario. En resumen, nuestra felicidad está mayormente condicionada por lo que nos rodea: las desventuras se convierten en fuentes de malestar e infelicidad, mientras que los eventos afortunados se vuelven nuestra principal fuente de alegría. Pero ¿y si la verdadera felicidad duradera estuviera en otro lugar? ¿Y si la fuente de alegría pudiera provenir de un sitio independiente de nuestras circunstancias o de nuestros resultados?

La gratitud como remedio antifrágil ante la volatilidad del mundo

Si nuestra felicidad es frágil, es porque depende de circunstancias que no controlamos y que cambian constantemente. Esta impermanencia de la vida genera inevitablemente una ansiedad relacionada con la felicidad. Al depender de cosas inestables, es normal sentir inquietud.

En lugar de dejar que nuestra felicidad dependa de lo externo, es preferible construirla según un modelo antifrágil: tu felicidad no está ligada a una idea cambiante, sino a un valor que crece continuamente, incluso durante las experiencias difíciles. Este valor no es nuevo; es un tema recurrente del desarrollo personal. Veamos por qué encarna la antifragilidad.

La gratitud crece en la alegría, el caos, el dolor y la tristeza

¿Has conocido alguna vez a personas mayores que irradian una luz increíble? Si has podido conocerlas más de cerca y descubrir su pasado, no es raro enterarse de que han vivido experiencias durísimas: guerra, pérdida temprana de los padres, exilio, enfermedad infantil, etc.

Y, sin embargo, a pesar —o más bien gracias— a esas pruebas, han logrado conservar y desarrollar una calidez de alma incomparable. ¿Su secreto? Mantuvieron una actitud constante de gratitud, sin importar las circunstancias.

Quizá esta disposición nació de la oración. Quizá no siempre fueron así. Sea como sea, el resultado es admirable desde la perspectiva de su carácter. ¿Qué podemos aprender de personas así? Sin duda, que las experiencias difíciles pueden ayudarnos a convertirnos en mejores y hasta más felices. Por eso vale la pena comprender cómo funciona la gratitud.

La mecánica de la gratitud

Ser agradecido consiste en ver en cada experiencia —buena o mala— una lección o un regalo. Como solemos recordar con más fuerza nuestros fracasos dolorosos, las malas experiencias aportan muchas enseñanzas, y tal vez sean de las que más aprendemos.

La gratitud mira el mundo sin distinción, siempre que sea capaz de ver más allá de las apariencias. Tomemos el ejemplo de alguien que acaba de perder a su perro. La primera reacción sería lamentarse y preguntarse por qué se le quitó a ese ser querido. El enfoque lleno de gratitud sería agradecer —a Dios, al Cosmos o simplemente a la vida— por haber tenido la oportunidad de convivir con un ser tan maravilloso durante tantos años. La gratitud ayuda a sobrellevar la pérdida y, sobre todo, a valorar la presencia de los demás mientras todavía están con nosotros.

La gratitud devuelve valor a tu percepción de la vida

No es la carencia lo que causa tristeza o infelicidad, sino la sensación de carecer. A menudo crees necesitar algo material, cuando en realidad lo que te falta es un poco de alma para apreciar las cosas simples de la vida.

Una persona avara, aunque posea todo el oro del mundo, será siempre insaciable. En cambio, si ofreces a un sabio asceta un simple trozo de chocolate, alegrarás su día con la luz de la gratitud.

El problema rara vez es aquello que miramos, sino la manera en que lo miramos.

La gratitud podría hacer milagros y transformar la sociedad en una generación

El siglo XX fue el apogeo de las ideologías materialistas (capitalismo y comunismo), y hemos visto sus consecuencias. Este siglo tendrá que ser espiritual o no será, parafraseando a André Malraux. ¿Por qué? Porque la humanidad no puede permitirse preservar la civilización bajo la amenaza de una guerra nuclear de alta intensidad.

El remedio para un mundo tambaleante es permitirle sostenerse aún, encarnando cada día la gratitud en nuestro corazón y en nuestras acciones.

La gratitud pone fin al ciclo infernal de la comparación

Si sueles comparar tu vida con la de los demás, apuesto a que te sientes insatisfecho la mayor parte del tiempo. La gratitud impide la comparación porque, en lugar de mirar lo que tienen otros, te concentras en tu propia situación.

La gratitud te conecta tanto con el momento presente como con el lugar en el que realmente estás, no con un “otro sitio” idealizado. Con gratitud puedes liberarte de un pasado idealizado y de un futuro embellecido, y concentrarte en lo único que realmente tienes: el presente.

La gratitud enseña a soltar

Aunque te quede muy poco, si logras valorar lo que aún posees, nunca podrás ser verdaderamente infeliz. Desear constantemente más puede ser un síntoma de alguien que no está satisfecho, que nunca es feliz y que, sin duda, carece de gratitud.

La gratitud alivia las penas del alma y del corazón, pero es un hábito nuevo que cultivar, ya que hoy se enseña muy poco. El mundo moderno —consumista— solo puede funcionar porque las personas están tristes e insatisfechas, siempre buscando otro lugar u otro momento. El uso permanente del teléfono móvil lo demuestra: es una huida constante del momento presente y de lo que tenemos frente a los ojos.

Edward

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